Capítulo 1

Futuro como sorpresa. No es lo que esperaría de un libro. Sin embargo, el volumen que acababa de encontrar era un pequeño hallazgo empacado en unas cuantas hojas de un papel de calidad regular, y unas pastas algo deterioradas. Sí, no es común pedir a un libro que te sorprenda; sin embargo, éste lo había hecho. No sólo porque la edición parecía vieja, sino por el colofón.

Sé que hay muchas anécdotas sobre el colofón de los libros. Recuerdo particularmente aquel libro que el presidente Álvaro Obregón pidió –exigió– a su secretario José Vasconcelos que editara, para quedar bien con una conquista reciente, a quien gustaba el mal poeta, que logró ver su obra impresa gracias al empeño de su lectora y al interés del poderoso enamorado. Tal colofón rezaba “Esta obra se imprimió por orden expresa del C. Presidente de la República, con el rechazo expreso del C. Secretario de Educación”. Eso es un colofón sorprendente. Pero no tanto como el del libro que acababa de tomar.

“Esta primera edición se terminó de imprimir el 13 de agosto de 2025 en los talleres…”. Colofón común. Coloquial. Regular… Excepto porque estamos en 1995. Dentro de treinta años se habrá de imprimir el libro que tengo en mis manos… Y que, sin embargo, ya he leído todo. Claro, este texto lleva mucho tiempo en mi biblioteca. Y aún así, pasarán más de tres décadas hasta que se imprima por primera vez. No es una historia fácil de explicar; pero tampoco es tan sorprendente una vez que la conoces. Tal vez sólo necesitemos que quieras conocerla con atención.

Creer en la realidad es lo que, tarde o temprano, la va a construir. La realidad existe porque crees que existe. Tener fe en lo que ves es lo que hace que lo que veas, exista. A mí no me sorprende que muchas tradiciones culturales de la humanidad digan que “la fe mueve montañas”, claro que cada una en su propia forma o en su lenguaje. Para quienes hemos visto una montaña colocada en un lugar al acostarnos y encontrarla en otro sitio por las mañanas, no es extraño. Es, simplemente, una molestia. Como cuando “olvidas” tus llaves: estás seguro que las pusiste junto a la puerta, en el cenicero. Por supuesto, que en algún punto antes de buscarlas nuevamente, les ordenas moverse. Listo. Te obedecen. Claro que, como no era un comando consciente – no sabías que estabas ordenándolo – se te olvida, y al día siguiente la preocupación de encontrar las llaves te hace pensar que estás perdiendo la memoria. Y todo por un exceso de fe. Tuviste fe, moviste las llaves, no lo sabías; o peor aún, no lo crees. En la mañana, las llaves están donde querías que estuvieran. Pero no estás consciente. A mí me pasa cuando muevo montañas. A ratos es incómodo ver que no están donde los demás las esperan, pero ¡caray! Siempre tienes la capacidad de volverlas a su sitio. Tal vez por eso he dejado de moverlas. La gente no se acostumbra a los cambios, y prefieren ponerlas en dónde están acostumbrados a verlas. Claro que pocos se percatan de mi travesura inmediatamente, y no falta el momento en que un rancho aquí o allá queda olvidado en otro lugar. Se pierden… para el que no sabe verlos.

Cambiar era algo a lo que la humanidad estaba acostumbrada. Cuando no nos gustó la Atlántida, la “movimos” al fondo del mar. Por supuesto que a los atlantes no les gustó que se destruyera su ciudad, y unos cuantos se las ingeniaron para sobrevivir a la hecatombe. Entonces, se esmeraron para permear muchas culturas y tradiciones con la noción de que existió un pasado esplendoroso: el suyo. Un pasado esplendoroso y un diluvio universal. Los muy engreídos… Asumir que su pequeña isla era “todo el universo”. Y pensar que incluso Platón llegó a creerles, y a dar referencias de su isla. Claro que lo hizo de oídas, porque ningún atlante era ya tomado en serio en esas islas griegas. En fin, eso es otra historia y no quiero desviarme mucho.

La capacidad de cambiar el mundo y la propia realidad es algo que ha caído en el olvido. No nos gusta asumir que las circunstancias que nos son propias pueden modificarse en cualquier momento. Que tenemos la capacidad permanente de lograr el cambio. No es muy cómodo, porque nos da poderes y logros que, regularmente, creemos que no nos pertenecen. Los hemos proyectado hacia los dioses de la antigüedad, y a los superhéroes a partir del cine y el cómic. Pero los verdaderos superhéroes están, escondidos pero presentes, dentro de cada individuo. Procura no olvidarlo: Tú eres el arquitecto de tu propio destino. Y, por supuesto, del de los demás. Puedes mover montañas y cambiar el futuro… Si te lo propones. Por supuesto, asumo que como la mayoría de las personas eres muy cobarde para intentarlo. Entiendo que en el pasado han hecho oráculos, o sacerdotes, o se ha acusado de hechicería a quienes, descubriendo el poder, lo han usado sin mucho conocimiento real de su valor y de sus implicaciones. Pero bueno; si estás aún aquí es porque ya tienes curiosidad. Y creo que la voy a saciar.

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 1, “Mentalismo”. http://bit.ly/Liminal_CD01 )

Realidad. Palabra inasible que está constantemente a tu alrededor. Generalmente, asumes que son los hechos: esas cosas tangibles, sensibles, que están ocurriendo constantemente en torno a ti. Porque, aunque no quieras reconocerlo, eres el centro del universo. Al menos, de tu pequeño universo. Sí; el universo se centra en ti, y en ti únicamente. Y no es una creencia: es un hecho. La realidad es que el centro del universo eres tú. Ya sé que te parece infinitamente más grande, tremendamente vasto y suficientemente amplio como para que tú seas insignificante. Pero no es así. Para una concepción del universo, tú eres su centro. Claro que este universo infinito y centrado en ti no es único. Existen miles de millones de presencias individuales, cada una un universo en sí misma, que interactúa con los demás. El día en que fuiste concebido, tu universo individual fue creado. El día en que mueras, se destruirá. Mientras vives, interactuará con otras visiones y otras realidades universales. Con algunas más que otras. Quizás por ello para algunos hombres el sueño de poder, la capacidad de influir en las vidas y realidades de otras personas, es a lo que aspiran. Sin embargo, cada persona tiene esa misma capacidad. Acaso limitada. En apariencia limitada. ¡Oh, hombres, cómo quisiera que ya entendieran el mensaje! Aunque sólo sea un deseo de mi corazón, al centro de mi universo individual, está al alcance de muchos más. Por favor, escuchen y entiendan…

La mente es tu guía. Lo que ella te diga que pasa, pasará. Será la constructora de la realidad. Pide honores, y te los construirá. Pide placeres, y los buscará en el sitio más recóndito o en el objeto más a la mano. Pide dolor… Y lo tendrás en ti. Tú déjate guiar por tu mente, y ella definirá la re-creación de tu universo personal individual. O bien, sé tú quien la controle. Define sus alcances y sus metas. Aliméntala y acreciéntala en la dirección que deseas. Los poderes humanos, los límites rotos, la influencia sobre el futuro y sobre la realidad estarán a tu alcance.

No pierdas tiempo tratando de entender cómo funciona. Si te encuentras una manzana y te la comes, no es menester que sepas el proceso químico de la digestión. Una bacteria puede destruir la manzana en su propio beneficio. Como tú. No piensas la digestión; simplemente, la haces. Así pues, digiere la realidad. Reflexionar sobre ella puede ser un buen pasatiempo, pero no es el hecho medular. Simplemente, manipúlala, contrólala, guíala… Sin entender cómo es que eso ocurre. Observa qué pasa. Mira como tus deseos intensos, profundos, visualizados y emocionalmente sobrecargados, se hacen realidad.

Es claro que muchas veces los deseos que tienen la intensidad requerida son los malos. El deseo de dañar es mucho más frecuente e intenso que el del bienestar. No es fácil vencer el miedo. Requieres mucho más amor que odio para alterar la realidad. Un poco de odio puede cambiar el mundo; se requiere mucho más amor. Y no es por la superioridad del deseo perverso: es, simplemente, por la inercia. El mal actúa con un impulso natural, un pequeño empujón basta. El amor… duda constantemente y debe constantemente reforzarse. Ante todo, porque cree en todo momento en buscar el máximo bien, y está constantemente gastando energía en revisar si hace lo correcto. Y eso hace que el esfuerzo sea mucho mayor. Pero ciertamente el cambio que logra es más amplio y permanente… una vez que lo logra.

Mentiras encontrarás en toda la existencia. Nuestro instinto de supervivencia existe, precisamente, para garantizar nuestra continuidad individual. La manera de trascender la muerte es vencer al yo. Son las percepciones falsas, como las que nos aíslan de todo lo demás, la que más nos destruye a pesar de que procura preservarnos. Está en nosotros buscando el mayor bienestar, y sin embargo contribuye, como ninguna otra cosa, a nuestro mal. Tratar de emitir reglas, normas morales, etiquetas de conducta, leyes humanas e incluso leyes divinas ha servido para ampliar la percepción de un “yo autónomo”. La realidad es que tal distinción es falsa. Somos uno y lo mismo. Tenemos la capacidad de recrear el mundo. De percibir el futuro y actuar en consecuencia. De modificar el pasado. De transformar la existencia y la realidad. De lograr lo que nos propongamos. La condición es renunciar al yo. Es entrar a los demás. Es ser los demás al mismo tiempo y en todo momento. Romper las barreras no es fácil, pero es la esencia de la compasión. De la comunión. De la religión. De ser, al fin, uno y lo mismo. De mover montañas y destruir civilizaciones. De salvar al mundo y recrear el universo. De alcanzar, final y plenamente, el potencial que recae dentro de nosotros.

Percibe, simplemente, la naturaleza de los objetos que te rodean. Entra a la mente de los demás. Conoce, desde ya y sin hojearlo, el final del capítulo. Trata de entrever qué sigue dos páginas adelante. Trasciende los límites. Intenta conectarte con mi mente. Piensa lo que pienso yo. Pon el texto en tus propias palabras. Ve las letras bailar a tu ritmo y seguir tu tren de pensamiento. Porque hacerlo de otra forma es engañarte. Este texto lo estás escribiendo tú, ahora mismo, dentro de tu mente. No es el que yo puse en el papel. Es la obra de un “nosotros” común, no de un “yo” aislado.

Pedir es la primera condición para iniciar el proceso de recibir. Si no pides, no puedes obtener. Si no obtienes, tampoco podrás tener. El proceso se repite: si no tienes, no puedes dar. Intenta dar lo que no tienes, y verás que primero, para poder dar, deberás obtener tú mismo. Y eso se logra al pedir. Es parte de un mecanismo imbuido en la creación. “Pide y se te dará”, se ha dicho, y tú, neciamente, no has pedido con la intensidad tal que se obligue a darte. “No niegues a quien te pida algo prestado”, continuó el mismo maestro. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Y quien así la dio pudo salvar al mundo entero. Creó nuevamente el mundo que él ya había hecho antes. “Y si esto he hecho yo que soy el maestro, ¿qué no deberán hacer ustedes que son mis discípulos?” Pues no, no lo hemos hecho. No con la intensidad. No con la pasión. No con la fuerza. No con el deseo necesario. Simplemente, son palabras escritas para la gran mayoría. Como las que integran este texto, con la diferencia que éstas son para una minoría. Quisiera que volaran amplias y bastas, pero no será así. Tienen que escucharse y llegar lejos. Pero no es fácil. Porque aquellos hombres que deberán escucharlas son aún niños. Están treinta años, al menos, en el futuro. Este libro aún no se ha impreso, ni lo hará por otros treinta años.

Caución, ¡oh, amigo! Ten precaución pues tu definición debe ser precisa. Precisa y preciosa, porque las cosas se te darán exactamente como las pediste. Ese es el reverso del don. Un fraseo inadecuado, una idea mal planteada, y te encontrarás en una condición mucho peor de lo que creías originalmente. “Ya no quiero lidiar con mi jefe” puede cumplirse en tu próximo despido. “¡Que no sea tuerto!”, exclamó antes de perder el segundo ojo en un accidente. “Jugar el campeonato, aunque pierdan” es invitación al fracaso de llegar al partido, y perderlo. Pide y se te dará… exactamente como pediste. Recuerdo cuando destruimos la Atlántida: queríamos que les dieran una lección. Que no pudieran más ser los altivos prepotentes en que se estaban volviendo. Que no se les tomara en serio. No era nuestra intención hacerles daño; no en balde eran el punto más alto de la humanidad. Pero enunciamos mal el deseo. El cataclismo fue terrible. Como la vez en que aquel hombre pidió una mujer “que no tuviera madre”. Le hizo ver su suerte: engañado, enjuiciado, quebrado y enfermo, asumía en su lecho de muerte que su verdadero deseo era no tener suegra, no sufrir como había sufrido por la falta de control y rumbo que tenía su pareja… que no tenía madre.

Fracaso, en este contexto, implica únicamente duda. Sólo puedes tener errores derivados de las dudas. Por lo demás, el proceso de crear realidades, mover montañas, materializar hechos o destruir civilizaciones completas sólo fracasa si dudas. Si dudas de tu objetivo, y crees que no es lo suficientemente bueno. O que no podrás cumplirlo, porque tus capacidades o medios son limitados. Por ello, debes estar muy consciente de lo que pasará en tu futuro antes de que ocurra. Si no, simplemente sucederá, prácticamente sin intervención tuya en él. Pasará como llega el frío del invierno o la lluvia veraniega. Pasará como las fachadas verdes o las marrón de la acera de enfrente. Sin control tuyo.

En algún momento me entró la duda. Creí que no era capaz. Entonces, mis capacidades hicieron lo que les pedí, exactamente como se las pedí: se desvanecieron. Así como llegaron, se fueron. En realidad, más rápido: me llegaron lentamente. O, mejor dicho, las descubrí lentamente… Y las perdí de golpe. Afortunadamente, tomar conciencia de mi error fue todo lo necesario para enmendarlo. Porque sólo si dudas permanentemente, fracasas siempre. Si dudas un poco y no profundamente, te fortaleces, porque un nubarrón de desconfianza es necesario aquí y allá, siempre y cuándo no te rindas.

Creer es el camino que hace suceder las cosas. Es el sentido de aspiración el que las inicia. No en balde se narra en muchas tradiciones que es el aliento el que infunde la vida o logra crear cosas. Y la muerte también suele asociarse con “el último aliento” por la misma razón. Creer que sucederán las cosas y esforzarte por aspirar a ellas te conducirá, inevitablemente, al logro. Debes fomentar tus creencias positivas.

A finales del año pasado ocurrió una grave devaluación que duplicó el precio de la principal moneda extranjera sobre la del país. Esto hubiera sido una crisis económica más, como muchas que habíamos tenido, de no ser por un factor: como país habíamos creído que estábamos en camino al desarrollo similar al de las naciones más ricas del mundo. La crisis económica no sólo dañó nuestra moneda, sino y con mucha más gravedad, dañó nuestras creencias. Estoy seguro que por otros quince o veinte años seguiremos recordando tal circunstancia como responsable de nuestros fracasos. Fracasos que surgieron por una duda, y que podrán desvanecerse en el momento en que empecemos a creer y, por tanto, a crear una realidad nueva y diversa a la que vivimos ahora.

También a lo largo de la historia de las diversas culturas hemos podido observar que las creaciones, los logros humanos, son primero ideas en la mente de alguien. Todo edificio, todo escrito, toda ley, toda obra, todo el arte… nacen primero como ideas. Hay muchas ideas muertas por no manifestarse adecuadamente. Existirán muchas más que no podrán dejar de ser lo que son: ideas. No conocerán la realidad de la existencia.

Yo decido. Yo decido qué es y qué no es; qué será y qué dejará de ser. La pregunta gira en torno a ¿quién es el yo que decide? ¿El individuo o la mente? Porque puede ser que estemos reunidos, pero no somos lo mismo. El cuerpo de la persona es parte del individuo, pero no es el individuo; la mente es parte del ser, pero no es el individuo. Podemos tener manifestaciones de mente colectiva. Cuando muchas personas se esmeran en crear algo. En creer algo. Cuando un músico ha escrito una partitura, otro la interpreta y yo la escucho, los tres somos la misma mente creadora de música. Sin uno, los otros dos no pueden cumplir su cometido. Claro que el autor puede recrear su obra en mi mente o en la tuya, o en la de otros tantos millones de individuos; pero cada proceso creativo requiere de las tres partes. Me dirán, y con razón, que a veces el rol puede reunirse en una misma persona, como si el intérprete pensara la música y no la interpretara: esta se creará en su mente, pero no llegará a sus oídos. Estará en su mente, no en el individuo.

Muchos científicos y algunos teólogos han tratado de establecer clara y fehacientemente qué es la mente y qué es el individuo, sin lograrlo. Menos lo haré yo en un par de renglones. Lo cierto es que no son lo mismo, pero suelen aparecer juntos. Creo que sin ti este libro no existiría, y sin el editor tampoco; y por muchos ejemplares que se vendan, cada uno será un texto diferente y propio. Este texto es recreado por ti de una manera en que sólo tú puedes lograrlo.

Creer no es sólo una meta: es el objetivo central necesario para alterar la realidad. Sin la creencia, no podremos alcanzar la meta. Que tan positiva o negativa la queremos hacer, eso ya depende de cada uno de nosotros. Por favor, procura crear cosas positivas, que si no la repercusión es sobre todos y cada uno.

Si careces de creencia, no podrás crear nada. Son palabras emparentadas. Son dos fases de un mismo proceso. Es necesario creer para crear. No podemos discutirlo: es un hecho. Puedes creer que las montañas no se mueven. Puedes, como yo, desplazarlas con frecuencia. ¿Qué es lo que quieres creer? Pregúntate profundamente, porque lo que creas, es lo que lograrás.

Fija desde ahora tus objetivos, porque es la idea de los mismos la que contribuirá a su creencia. Piensa que si hay miles de millones de universos individuales, en los que los creadores de los mismos – las personas – tienen intereses y metas disímbolas, a menudo en conflicto o incompatibles, sólo el que crea más fuerte logrará su resultado. Te he dicho que muevo montañas, porque mi fe y mi creencia son grandes; pero varios miles de personas las regresan a su lugar cada mañana, porque esperan verlas ahí, de forma permanente e inmutable. Aunque a veces me cansa esta competencia de creencias, de vez en cuando me doy el gusto de hacerlo de nuevo. Revisa si esta vez mi meta no está afuera de tu ventana: he cambiado también tu realidad. Anda, detén la lectura y asómate, que lo que verás – o más bien, lo que no verás – puede sorprenderte.

Creencia es lo que necesitas para recrear tu mundo. Por supuesto, puedes convencerte de que es un mero error; de que no percibo la realidad como es. Lo que quiere decir que soy un loco o, simplemente, un soñador. Anda, convéncete de que no es posible que este libro se terminará de imprimir al menos treinta años después de que lo hayas leído. Tu creencia se hará realidad, tanto si crees que miento como si asumes que te digo la verdad. Sí, la Atlántida existió y sí, la destruimos por envidias y molestias. Anda, convéncete de que no es posible… Y no lo será. Recuerda que tienes un pequeño universo a tu alrededor, del que eres el centro. Tú puedes crear y recrear lo que quieras dentro de él. Mi labor aquí es mostrarte que otra vía es posible. Para ello, necesito que creas que ese camino nuevo puede existir. No temas; yo no ganaré nada aparte de la modificación de tu creencia. Nada más que contribuir a hacer más de esos miles de millones de universos individuales un mejor lugar.

Puedes tratar de convencerte de que es falso, de que es una mala idea… De que, simplemente no es posible. O bien, puedes creer aún en estas historias, y ver la transformación que espera a tu mente y tus sentidos. La elección, como siempre, es tuya, del individuo – o de la mente – que controla la recreación de tu universo. Sólo te pido que la tomes voluntariamente, de manera consciente, y no la dejes pasar como todas las cosas sobre las que asumes que no tienes control.

Soñar es la forma en que podemos hacer nuevas realidades. Por supuesto, que muchos sanamente tratamos de distinguir los sueños de la realidad. Porque la realidad es real, tangible, física y limitada… según creemos. O no es así, pero nos resulta más cómodo. Porque detrás de todo gran logro, de todo logro aparentemente imposible, existe un sueño. No en balde se nos ha dicho “soñaréis y os quedaréis cortos”. Bien, como raza soñamos con grandes tumbas para los reyes egipcios, y las hicimos. Una gran muralla para detener a los bárbaros del Norte, y se construyó la Gran Muralla China. O la línea Maginot en Francia, para evitar una posible invasión alemana. Muchas veces: en China o en Francia, tales barreras fueron inútiles para detener a quienes soñaron con romperlas, simplemente porque soñaron más fuerte. Las murallas quedaron; los límites no. Los rompieron. Descubrir que la Tierra era redonda. O que vendrían los hombres blancos. O que podrías hacer un libro de malos poemas publicado por un presidente. O que podrías decirle al Presidente, por escrito, que estaba mal… O que llegaríamos a la luna. O que, algún día, podrías soñar despierto y lograr modificar la realidad.

Vamos, sueña. Sólo los sueños pueden hacer realidad las cosas. Cuando te invitan a aceptar los hechos como hechos, destruyen tu potencial. Si te enseñan a temer estas capacidades, lograrás perderlas. Como cuando las perdí ante la duda. Recuerdo cómo era antes de que las tuviera. Por favor, creas o no creas, no dejes de soñar… O te quedarás en un pequeño universo limitado, en lugar de expandirte a ocupar una parte, por pequeña que sea, de los miles de millones de universos posibles.

Hechos son los que te ofrezco a continuación. La receta para mover montañas la conservaré hasta que sepa que eres capaz de usarla. Pero tal vez rocas, o árboles cederán a tus deseos. La historia de una persona… No, espera. La historia de las varias personas que se vincularon con una persona que creía que estas ideas son hechos y no dichos; que los sueños se pueden realizar, es la historia que encontrarás a continuación. O la que ya conocías, y este relato la traerá de nuevo a tu mente. Porque, como te he dicho, este libro aún no se ha hecho. Y no existirá por otros treinta años… A menos que creas que la realidad es algo más de lo que percibes. Piénsalo de nuevo: ¿Te estoy mintiendo en esto, y en todo lo demás? ¿O en verdad estás leyendo un libro que aún no se ha escrito, que requiere de tu re-creación para completarse?

Te presentaré a Sandra… Una mujer joven que estoy seguro que ya conoces. La has visto en tus sueños. O ella te ha visto a ti en los suyos. Pocas cosas la hacen peculiar, más allá del hecho de que Sandra solía soñar. Como muchas jóvenes. Como otras personas. Sí, Sandra solía soñar. Pero no soñaba como todos los demás. En otra época, no la hubieran comprendido. La hubieran perseguido, tal vez quemado. Porque Sandra es una mujer que sueña. De hecho, sus sueños se hacían realidad. Porque Clara Sandra solía soñar… el futuro.

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