Capítulo 11

La visita al abuelo de Clara Sandra le granjeó a Carlos J. una enorme reprimenda: se llevó el carro sin permiso, en su primera salida a carretera, por muchas horas y sin avisar nada. Y, por supuesto, no estaba localizable. Los teléfonos celulares apenas están surgiendo en el mercado masivo en 1995, y no era de esperarse que tuviera un Smartphone en su lonchera como ocurrirá en el futuro con los niños de kinder. Así que le tomó casi tres meses poder volver a usar el carro, y eso bajo estricta compañía o supervisión de alguno de sus padres.

Por el contrario, para Clara fue algo muy bueno. Le tocó regañada, sí; pero guardó un secreto: nunca dijo que había ido a ver al abuelo. A sus padres les dijo que fue un día de campo “sorpresa” con Carlos J. y sus amigos, y que por eso no alcanzó a pedir permiso. La reprimenda le costó apenas una semana de castigo sin usar el teléfono y sin permisos para salir. No le importaba: todas las noches tomaba su libro y podía charlar telepáticamente con Carlos J., si bien apenas unos minutos por día antes de dormir, para no despertar sospechas paternas.

La plática con Don Miguel le abrió una mayor comprensión a lo que le pasaba a Clara Sandra: sabía ahora que no era la única persona a la que le pasaba; que todas las mujeres de su familia con dones similares habían padecido algún tipo de problema social por culpa de ello; que no era fácil de aprender a vivir con esa capacidad, pero tampoco era imposible; y que era como la pubertad: un estado de confusión y zozobra, hasta que te encontrabas cómodo con ello.

Así que Clara estaba bastante más tranquila, pero no del todo: seguía sin entender cuándo y cómo podría controlar sus sueños sobre el futuro, pero había dejado de tenerles pavor. Eso, claro, hasta aquella noche en que soñó en que su abuelo estaba gravemente enfermo y solo en su casa. Sabía que no podría convencer a sus papás de ir a verlo, pero también sabía que no podría dejarlo así.

Carlos J., mi amor… mi abuelo está enfermo. Está muy mal.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo soñé, amor… No puedo dejarlo solo.

– Está bien, deja ver qué podemos hacer.

– Mi vida, lo que sea que hagamos, hay que hacerlo rápido.

Así que Carlos J. hizo lo mejor que se le ocurrió: convocar a Los Jotas a una “jarra de montaña”: les propuso irse de día de campo a un lugar muy hermoso que él conocía… y en el carro de los papás de Manuel José. No con muchas ganas, pero aceptaron. Fue necesario organizar una “coperacha” para pagar gasolinas y casetas. Al final, Javier, Clara y Carlos J. iban atrás, Manuel José manejaba y Juan Andrés iba de copiloto.

Como casi siempre que salían juntos, los comentarios fueron principalmente chungas y guasas; molestias de uno al otro y viceversa. Con tanta compañía, Clara no se durmió, lo que inquietó a Carlos J.: parecía que venía muy a gusto con sus amigos en la primera salida en grupo como novia de Carlos J. y hay que reconocer que éste se sentía un poco celoso.

Al final, el objetivo oculto del viaje se logró: llegaron a la plaza principal del pueblo y Clara y Carlos J. pasaron a visitar al abuelo. En tanto, los demás Jotas estaban visitando lo mismo la plaza principal, que comprando nieves y hasta jugando cascarita con algunos niños que pateaban un viejo balón en plena plaza, para molestia de los vendedores ambulantes cuya mercancía hacía a veces lo mismo de portería, defensa, público o estadio, según saliera de mal el tiro de quien portaba el esférico.

En efecto, cuando llegaron el abuelo tenía fiebre y se había caído de la cama, de dónde no había podido levantarse en día y medio. Afortunadamente y como usanza de pueblo, la casa no estaba cerrada e incluso dejó el abuelo abierta la miscelánea, en el entendido de que nadie robaba y si alguien tomaba algo, dejaba el pago en una caja de caudales que por un par de años había albergado unos zapatos de vestir que nadie compró hasta la visita del Obispo meses atrás.

Clara levantó al abuelo con ayuda de Carlos J., y lo puso en su cama. Posteriormente buscó a doña Cata, la mujer que solía limpiar y cocinar para el abuelo: resulta que tenía una hija que acababa de dar a luz a un bebé, y por ello dejó solo al abuelo por algunos días. Durante esa ausencia vino la caída y desesperada situación del abuelo. Prometió que no volvería a dejarlo tantos días, pero por las dudas Clara buscó a un par de vecinos y les encomendó a su abuelo. Éste agradeció los cuidados, pero insistió en que no debían tardarse en regresar a casa y los chicos salieron a reunirse con la banda para bajar al río. Carlos J. y Manuel José se moderaron con el alcohol: uno porque tendría que manejar aquella complicada carretera de regreso, y otro porque venía con la novia y no quería darle mala impresión. El paseo fue por lo demás bastante bueno y Clara recobró la calma al ver mejor a su abuelo.

En el viaje de regreso venían en el mismo orden, pero al frente traían la fiesta a todo lo que daba Manuel José -pese a que venía sobrio- y Juan Andrés -quien se había tomado su parte y la de su compañero-. Javier, por su parte, venía melancólico: el paseo le había gustado, pero hubo algo que no le gustó mucho en la pareja de novios que venían a su lado.

Clara… ¿Cómo sabías que tu abuelo estaba enfermo? Y… ¿Por qué no nos dijeron a qué veníamos? preguntó Javier a sus compañeros, bastante quedito: no quería que la fiesta del asiento delantero se enterara de las discusiones del asiento trasero.

Bueno, yo… Tuve una intuición de que estaba mal.

– ¿Y por una intuición hicimos este viaje? Digo, no me pesa… pero sí me sorprende. Más que nada, me asombra que Carlos J. te haya creído con eso nada más…

– Lo que pasa Javi es que tú no sabes lo que es el amor…

– Y yo creo que tampoco tú, Carlangas… Nomás juegas al loco con esta buena mujer.

– Este… ¿Y si mejor no discuten por mí? Clara estaba mortificada no sólo por la pelea: venía en medio de los dos y era incómodo que se estuvieran molestando por ella con ella, textualmente, en medio de ambos amigos.

– Mira Javiercito: si mi novia me dice que soñó que su abuelo estaba malo, yo le creo. Me basta su palabra en el tema.

– ¿Soñar? Ella dijo que tuvo una intuición, no un sueño… Y eso si es más raro.

– ¿Ves por qué confía en mí y no en ti? Yo sí entiendo lo que quiso decir…

Clara estaba cada vez más inquieta con la discusión. Es cierto que ella había dicho “intuición” para no entrar en más detalles, pero la indiscreción de Carlos J. era intencional… o eso le pareció al menos. Así que decidió ponerle fin:

– Intuición dije. Basta de discusiones.

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 8, “Ego”. http://bit.ly/Liminal_CD08 )

Carlos J. tomó un dejo de “te lo dije” hacia Javier, que no pasó desapercibido para Clara. Harta de las actitudes infantiles de los dos, empezó a fingir que le ganaba el sueño y acabó dormida, de a mentis, recargada en el pecho de su novio.

Mira, mano: la neta es que mi novia puede soñar el futuro. Pero no se lo digas a nadie: es una cosa que aún la pone muy nerviosa y que no podemos comentar a muchas personas, ¿Entiendes?

– Entonces, ¿por qué me lo comentas a mí?

– No te hagas; porque tú eres como mi hermano. Además, se me salió; no era mi intención decirte. No es fácil lo que pasamos con eso. Pero gracias a que soñó que su abuelo estaba mal…

– ¡Hey! Ella dijo que fue una intuición… No quieras cambiar las cosas.

– Sí, fue una intuición; pero una que le llegó en los sueños. Por lo que nos dijo su abuelo, cosas como esas le pasan a las mujeres de su familia. Yo creo que por eso sus papás no querían que ella hablara con su abuelo, y lo tratan como loco…

– ¿Sus papás no saben que están aquí? ¡Vaya lío en el que nos han metido!

– ¿Lío, por qué? Ella y yo ya habíamos venido una vez, por eso pudimos llegar tan rápido.

– Ya lo sospechaba; el río y el paisaje están bien, pero si está muy lejos para lo que es. Pudimos quedarnos más cerca. Algo tramabas…

– Entiende, mi Javi: tengo que apoyarla. Porque con esa capacidad especial que tiene…

– Mira, mano, no me cuentes más; me da mala espina lo que estás tramando ahora. No me metas en tus líos, y respétala.

A pesar de supuestamente estar dormida, Clara Sandra no dejó de esbozar una leve sonrisa: creyó encontrar un aliado, alguien que le ayudaría a poner en su lugar a su novio… algo que ella no se atrevía del todo a hacer.

El resto del viaje transcurrió en paz: todos adormilados, y zapeando de cuando en cuando a Manuel José para que no se durmiera; Javier y Juan Andrés intentaban platicar entre sí, y Carlos J. se durmió también. Clara Sandra, al verlo dormido y al estar recargada en su pecho, empezó a escuchar con atención su corazón. Al mismo tiempo, las ideas se agolpaban en su mente.

Hay veces que no te entiendo. Sé que estás cerca de mí, me amas y me proteges; pero hay veces que me haces sentir que no me comprendes. Me siento juzgada sin motivo y agredida sin razón. No entiendo que eso sea amor. Pero no quiero que me dejes; me ha costado tanto trabajo confiar en alguien, que no quiero perderlo. No es que tema a la soledad, pues solos llegamos a este mundo y solos tendremos que irnos. Es a la incomprensión a la que temo. En verdad, me da miedo que no me entiendas y estés a mi lado. No es fácil lo que vivo. Conocer lo que pasará con las personas, con las cosas; no poder distinguir cuándo pasará algo malo y cuándo estoy únicamente imaginándolo. Sé que no puedo controlar el mundo, ni evitar el dolor de los demás, al menos, no todo. Pero me siento sola con esta carga. Y ahora que pensaba que tú podías ser mi compañero y entenderme, y apoyarme y ser mi auxilio… veo que no acabas de entenderme. Y eso me preocupa mucho. ¿Es que de verdad la soledad es una de las cargas que vienen con esto? ¡No lo quiero! No quiero estar sola, no quiero tener esta maldición. Pero si así debe ser, ni modo; estaré lista a cumplir mi tarea. Pero ¡Cómo me gustaría poder tener tu apoyo, confiar en ti y saber que no me fallarás nunca! ¿Debo hacerlo? ¿Debo abandonarme en ti y esperar que seas mi apoyo? ¿No me estaré equivocando? Porque eso es terrible: cuando trato de soñar contigo, no puedo. Me quedo en blanco. No puedo saber nada más de ti… nada más que tu muerte. Y me duele si es que no puedo hacer nada por evitarla. Porque tengo certeza de que pasará. Para morir nacimos, y algún día tendrás que morir. Sólo le pido a Dios que no sea pronto, y no sea doloroso; que no ocurra como soñé que pasaría. Porque… no me gustaría vivir sin ti. Te quiero y te necesito, y tengo miedo de perderte. Pero me dolería mucho más perderte de golpe y definitivamente, que poco a poco y por otros motivos. Pero tú sabes cómo es la vida, cómo ocurre cuando de repente abre caminos distintos para cada persona. Y en verdad deseo que nuestros caminos duren mucho tiempo juntos y acaben muy bien dentro de mucho tiempo. Porque, pase lo que pase, te amo…

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