Capítulo 12

Carlos J. duerme apaciblemente en su cama. No lo percibe, pero al pie de la misma se encuentra el ángel que en otras ocasiones se le ha aparecido en momentos cruciales. Podríamos decir que se nota que vela su sueño. Carlos J. descansa profundamente, como hacía mucho tiempo no lo hacía… como si se supiera cuidado.

Pero eso es en nuestra realidad. En su sueño, Carlos J. está viviendo lo que algunos llaman “un sueño lúcido”: no es capaz de distinguir del todo si está despierto o soñando, pero sabe que no está en la realidad cotidiana. Los colores resultan un poco más vibrantes, y hay cosas tan ilógicas que de repente le revelan que no está en el mundo convencional. Ese gato blanco y verde caminando por la pared hacia un tercer piso es un ejemplo de ello. Pero la mayor parte del tiempo olvida que sabe que está soñando.

El detalle que más lo hace notar que es una realidad ligeramente diferente es que tiene cierta capacidad para acelerar o frenar el tiempo. Puede ir tan rápido o tan lento como prefiera, pero los demás no lo notan. También detrás de él se ve una fuente luminosa cuyo origen no alcanza a identificar. Sabemos que es su ángel, pero ni él alcanza a verlo ni el ser celestial se pone ante su vista… Es apenas un resplandor que pareciera moverse a sus espaldas. Al percatarse de que no puede ver la fuente de la luz, deja de buscarla. Acepta que las cosas son como son y procura acostumbrarse. Pero el ángel está al pendiente de lo que hace en este sueño lúcido que, dicho sea de paso, es el primero que Carlos J. ha tenido. Si alguna vez ha pasado antes, no logra recordarlo.

 Lo más curioso de este viaje onírico es que ve a Clara Sandra, dormida en el aire, flotando ligeramente a su derecha. Digamos que no la logra integrar a su campo visual más allá de su cintura, y cuándo él trata de girar a la derecha con ánimo de ver sus pies, ella gira en la misma dirección de tal manera que parece fija respecto al eje central de su novio. Y tal parece que Carlos J. no alcanza a percatarse de que ella está flotando a su lado. Como que ya se está acostumbrando a lo extraño que es su sueño.

– Me gustaría saber qué preguntará el profesor de matemáticas el día de mañana.

Cuándo Carlos J. abre sus ojos, se encuentra junto a la fotocopiadora de la escuela. No sabe cómo llegó allí, pero levanta la hoja que está saliendo de la máquina y nota que es, precisamente, la primera página del examen de matemáticas. Sorprendido, lo empieza a leer. Y luego toma la segunda, y la tercera página, hasta que agota todo el texto del examen. Procura memorizar las preguntas clave. Lo coloca nuevamente en la bandeja.

¡Vaya! No me hubiera imaginado que preguntaría eso… Qué bueno que lo vi, y creo que el problema dos es exactamente el mismo del capítulo del libro que vimos hace dos semanas… aunque cambió los valores. ¡Canijo viejito, nos quiere engañar! Lo bueno es que yo no voy a caer en su juego…

Tal parece que aún no se ha percatado de que está soñando. Y de que acaba de ver el examen de matemáticas. Y que, a su lado, sigue flotando la mitad del cuerpo de su novia -en realidad es todo, pero él sólo ve la mitad-, y que hay un extraño resplandor detrás de él.

Me pregunto qué estarán haciendo Los Jotas ahora que no los veo… ¡malditos, me tienen abandonado!

Carlos J. parpadeó nuevamente, y se encontró en una de las mesas de la biblioteca. En ella, Juan Andrés y Manuel José disputan una partida de ajedrez. En medio de ellos, Javier está viendo el reloj doble del otro lado del tablero, mientras lee cansinamente su cuaderno.

¡Debí imaginarme que ustedes estaban aquí, bola de ñoños!

No sabe que le dio más molestia: que lo ignoraran totalmente… o percatarse que “ñoño” es una palabra bastante ñoña para referirse a alguien o algo…

Bueno, ¿qué les pasa? ¿Estoy pintado o qué?

Ninguna reacción. Nada, cero. Se acercó a Javier y trató de darle un zape en la nuca. No pudo. Cual si fuera un fantasma, la mano atravesó el cráneo de su amigo de lado a lado. ¡Vaya, ni siquiera lo despeinó!

– Pero… ¿Qué está pasándome?

Se acercó al tablero y trató de tirar todas las piezas. Nada pasó. Se quedó aún más desconcertado. La mano que él sentía sólida no encontraba resistencia alguna, y las piezas no se movían.

Trató de pasarse al otro lado de la mesa, pero curiosamente golpeó con la cabeza de Clara Sandra la cadera de Manuel José. Este acusó recibo del golpe, sobándose un poco, pero ni se notó molesto ni reaccionó al contacto físico de Carlos J. Tampoco Clara Sandra tuvo mayor reacción tras el golpe.

No entiendo nada de nada… ¿Pues qué sucede? ¡No logro hacer nada de lo que quiero! ¡Que alguien me explique! Lo que quiero cambiar el reloj del jugador…

Bastó que dijera eso para que la cabeza del reloj se hundiera y empezara a andar el otro marcador. Javier se sobresaltó.

Hey, ¡ya te vi! Deja de molestar, Javi…

– ¡Pero si yo no hice nada!

– ¡Cómo no! ¡Te vi que le moviste! ¡Y todavía no tiro! ¡Eso es trampa!

– Chicos, chicos… No se les olvide que están en una biblioteca, así que dejen de gritar…

Carlos J. sonreía un poco con su travesura. Intentó ahora cambiar el reloj con su mano: nada pasó.

No entiendo… ¿Por qué nada reacciona? ¡Me gustaría volver a molestarlos cambiando el reloj!

Bastó decirlo para que ocurriera: el reloj volvió a detenerse en un jugador para empezar a andar en el otro.

– ¡Ya te dije que dejes de molestar, Javier!¡Te calmas o te largas!

– Bájale, Andrés. Yo no fui. Esta cosa está fallando, se mueve sola…

– ¿Se mueve sola? No estés inventando.

Carlos J. intentó nuevamente impulsar el botón con su mano. No hubo resultado. Pensó a continuación:

– ¡Quiero que cambie!

Y, cuál si fuera un deseo, el reloj cambió de lado nuevamente.

– Así que así es como funciona: si trato de hacer cosas, no pasa nada; si me muevo, no pasa nada; pero si pienso algo, entonces ese algo pasa… ¿Será cierto?

Se acercó a uno de los libreros.

– Quiero que se caiga uno de los libros.

El sonido seco del ejemplar al caer los distrajo a todos. Manuel José y Juan Andrés gritaron al unísono:

– ¡Javier, aquí hay gente tratando de pensar!¡Carajo!

Contestó el aludido:

– Pues traten más fuerte, a ver si lo logran…

– Deja de molestar.

– Carajo, ya entiende…

Carlos J. empezó a comprender…

Quiero mover el peón del rey de negras.

La pieza avanzó un par de casillas, sin que nadie la tocara. Evidentemente, los ánimos se caldearon.

– ¿Por qué moviste mi pieza?

– ¿Yo? ¡Si ni la toqué, no inventes!

– Ya párenle y mejor guarden su jueguito… al fin que ya saben que quedarán tablas dentro de una hora…

Los dos juntos le gritaron a Javier:

– ¡Que te calles…! ¡No es contigo!

– Mta. Si parecen hermanitos… ¿No pueden pensar solitos…?

Carlos J. se empezó a reír. Por supuesto, no lo escucharon. Pero empezó a entender lo que estaba sucediendo. Sólo le quedaba una duda: Lo que estaba haciendo, ¿pasaba en verdad o sólo lo soñaba? No podía estar del todo seguro.

***

A la mañana siguiente, Carlos J. se encontró a Clara Sandra bastante más seria que de costumbre.

– Hola amor… ¿Cómo estás?

– MMMmmm…

– Este… pregunté ¿Cómo estás?

– Molesta contigo. No tenías por qué hacer que tus amigos se pelearan.

– ¿Cómo?

– Estaban en el descanso jugando ajedrez en la biblioteca. Me dijo Javier que pasaron cosas raras con el reloj, un libro que cayó de la estantería y un peón que se movió…

– Ajá… ¿Y eso que tiene que ver conmigo?

– No te hagas. Anoche, en tu sueño, lo indujiste.

– ¿Qué yo hice qué?

– Sí amor, no te hagas. Yo te vi hacerlo…

– ¿Cómo me viste hacerlo?

– Estaba en tu sueño, ¿Recuerdas?

– ¿Tú? ¿En mi sueño? No lo creo…

– Estaba allí. Haz memoria. Pero no podía hacer nada por evitarlo… No estaba activa.

– ¿No estabas… cómo?

– No puedo explicarte bien por qué, pero si yo soy parte de un sueño lúcido, puedo observar pero no controlarlo. No estoy activa. No es igual cuándo es uno de mis sueños. Y me consta que lo que hiciste fue una travesura grande…

– ¿Yo? No, cómo crees…

– Sé que no lo entiendes ahora. Yo misma tengo mis dudas de qué es y por qué pasa así… Pero bueno, supongo que será cosa de ir aprendiendo.

Carlos J. se quedó callado mucho tiempo. Clara tampoco habló hasta que él dijo:

– Okey, nos vemos luego. Tengo examen en un rato más. Adiós.

En efecto, Carlos J. entró a su examen de matemáticas. Y no se sorprendió mucho al ver que era exactamente el mismo que había visto en la fotocopiadora durante su sueño. Estaba seguro que sacaría diez… porque incluso venía la pregunta del libro, pero con los valores cambiados. Todo estaba allí. Terminó el examen y entonces comprendió: podía utilizar sus sueños para ver cosas de otros momentos y lugares, o incluso para hacer que ciertas cosas pasaran. No estaba del todo mal, ¿o sí?

Para el joven la cosa era sencilla: sin que nadie lo detectara, había podido hacer trampa. Conociendo el examen de antemano, sus calificaciones, que ya eran altas, podrían mejorar. Pero además lo harían con menos esfuerzo. Y eso siempre se agradece: le quedaría más tiempo para hacer cosas que le gustan, como estar con su novia. Y eso no está nada mal.

Esa noche, como otras tantas veces, Carlos J. tomó el mismo ejemplar que le conectaba telepáticamente con Clara Sandra y trató de llamarla varias veces. No quería que nadie le escuchara hablar con ella, pero que mejor que pensar junto con ella. Eso era más discreto e íntimo. Le tomó casi una hora y media lograr la comunicación.

¿Qué quieres? ¿No te dije que estoy molesta contigo?

– Sí, me dijiste. Pero quiero saber por qué…

– Porque no sabes en lo que te estás metiendo, y para colmo, me estás arrastrando a ello…

– ¿Yo te estoy arrastrando a qué? Si la que tiene sueños eres tú…

– No te hagas: también tú estás participando en eso.

– ¡Cómo crees!

– Puedes decirme la verdad o no. Pero los dos sabemos lo que está pasando. No puedo saber cómo lo haces, pero lo estás haciendo.

– ¿Yo? No lo creo…

– Lo creas o no; pero lo estás haciendo.

– Bueno, luego lo hablamos…

Carlos J. bajó el libro. Tenía que pensar lo que estaba pasando. A final de cuentas, lo hizo una vez. Pero… ¿podrá hacerlo nuevamente? ¿Fue un accidente que simplemente le pasó o lo indujo intencionalmente de algún modo?

Para Clara Sandra la cosa no era mejor: no acababa de entender lo que sucedía, pero sabía que no era bueno. A lo largo de todas las veces que había visto cosas en sus sueños, simplemente “pasaban”. Pero ahora que se había metido al sueño de su novio, observó para su sorpresa que él -él, no ella- podía hacer que ciertas cosas se cambiaran. Además, en detalles como lo del examen, él lo vio pero en la vida real no se metió al salón de fotocopias; pero lo que había pasado en la biblioteca sí lo había causado él… aunque fue horas antes de que ocurriera. Estaba desconcertada.

Por más que ella trató de restablecer la comunicación, él ya no tomó el libro. Así que recurrió a algo más convencional: le marcó por teléfono. Le contestó la mamá de su novio, quien le dijo que se había encerrado en su cuarto desde hace mucho tiempo, y que ella asumía que estaba dormido y que no pretendía despertarlo porque lo había visto particularmente cansado. Así que Clara decidió no insistir. Pero sí se quedó consternada. No era normal lo que estaba pasando.

Más raro fue que sonó el teléfono y ella contestó. Era su abuelo. Lo curioso es que Don Miguel no tenía teléfono en el pueblo, señal de que se había ido a casa de algún vecino a pedir el favor.

– ¿Clara, hijita, eres tú?

– ¡Abuelo! ¿Qué pasa, estás bien?

– Sí hija, estoy bien. Pero tengo un recado para ti…

Ella se sorprendió. ¿Por qué el abuelo la buscaría? Sabe que sus padres mantienen el contacto al mínimo y que consideran que está loco, por lo que francamente le extrañó que él llamara. Por otra parte, estaba tranquila de ser ella quien le tomó la llamada: de haber sido sus padres, le hubieran dado largas y de seguro se comerían el recado. Pero no por ello dejaba de extrañarse.

– ¿Un recado? ¿Para mí? ¿Tú? Qué raro…

– A veces pasa, hija. No te sorprendas tanto.

– ¿Y qué recado es?

– Dice tu abuela que estés atenta, lo que están pasando no es fácil y puede ser cada vez más complicado.

– Abuelo… mi abuela está muerta. No pudo mandarme ningún recado.

– Hija… Está aquí conmigo. Y me pide que te lo diga. Por favor, no te confíes. Lo que están pasando no es fácil y puede ser cada vez más complicado.

Clara Sandra estaba francamente sorprendida. No sabía que decir…

– Abuelo… ¿Estás bien?

– Sí hija. Y estaré mejor si haces lo que te pide tu abuela. Cuídate mucho. Sólo el amor puede superar ese tipo de problemas, e incluso sobrevivir al final. Sé lo que te digo.

– Abuelo… me espantas. ¿De verdad estás bien?

Sólo es Re-cordare, volver a traer al corazón. Nunca lo olvides, hija querida…

***

Carlos J. continuaba reflexionando con lo que había pasado. ¿Era verdad que podía hacer cambios en el futuro inmediato con tan solo pensarlo? ¿Qué tan lejos podría ir? ¿Era sólo con personas conocidas o lugares cercanos? ¿Podría modificar algo más grande? ¿Qué podría ganar con eso? En verdad eran muchos temas para la reflexión.

En algún momento sintió a Clara Sandra. Sabía que estaba preocupada, pero no sabía por qué. Estuvo tentando a tomar el libro e intentar un poco de telepatía con ella, pero… No se atrevió. Pensó que seguiría molesta con él por lo que había pasado con sus amigos en la mañana, y que por eso percibía que estaba molesta. Pero no tenía la certeza, y tampoco quería tenerla. Ya bastante incómodo era sentirla molesta como para pensar que era por culpa suya. Inducir mortificaciones en los demás era algo que le molestaba mucho. Pero más le molestaba que trataran de controlarlo, y sentía que la incomodidad de Clara pasaba porque él no se había dejado manipular.

Así pues, es así de sencillo. Yo pienso algo durante mi sueño, y esa cosa ocurre. Ya vi el examen de matemáticas. Ya causé la pelea con mis amigos… ¡fue tan chistoso! Me pregunto qué más podría hacer…

En la cabecera de su cama, lejos de su vista, empezó a formarse nuevamente la columna de niebla que presagiaba la aparición del ángel. Carlos J. dormitaba con los ojos cerrados, y no pudo verla.

Lo mejor es que olvides eso… escuchó una voz suave que parecía venir desde el centro de su cráneo pero se oía al mismo tiempo como si viniera de las esquinas de la habitación.

– Lo mejor es que olvide eso, pensó.

No pienses más en ello, dijo la voz.

No pensaré más en ello, repitió.

Olvida que puedes manipular el futuro en tus sueños… susurró la voz.

– Puedo manipular el futuro en mis sueños, repitió Carlos. J.

– ¡No, te dije que lo olvides, no puedes!

– Puedo, no lo olvides… y cayó en un profundo sueño.

El rostro del ángel se puso lívido. Más de lo que podría parecer un ser formado a partir de una niebla. Algo acababa de pasar terriblemente mal. Tendría que reforzar su vigilancia y protección, porque en esa duermevela había tratado de convencer a Carlos J. de que olvidara lo que había pasado. Él sabía que al iniciar el sueño es un buen momento para inducir ideas profundas en la mente de alguien, que al despertar pensará que son suyas. En lugar de eso, lo había convencido de que tenía un don y debía usarlo. El riesgo de un problema mayor había crecido. Y el ángel no entendía cómo había pasado eso, pero sabía que el problema que debía evitar era ahora más probable que nunca. Empezó a temblar hasta desvanecerse. Se podría decir que una lágrima rodaba por su mejilla y la angustia era evidente en su rostro. Pero bueno, podría decirse, porque los ángeles no se angustian. ¿O sí?

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