Capítulo 14

Carlos J. tiene una “cruda seca”. Se siente como si se hubiera puesto una borrachera tremenda, aunque no ha tomado nada de alcohol. Simplemente, tiene la sensación de que perdió $130,000.00 en el hipódromo. El resultado de su sueño coincidió con el resultado de la carrera. Como no le preocupaba la carrera sino el ganar la apuesta, no había visto en su sueño el terrible accidente que derivaría en esos ganadores. Pero la “cruda seca” que tenía no lo dejaba en paz, pese a que habían pasado un par de semanas.

La verdad es que sí, estaba tenso. Como sus amigos Los Jotas habían tratado de platicar con él sobre lo ilógico que era que se pusiera así por un “hubiera” que no sucedió, terminó contándoles a grandes rasgos lo que le sucedía: desde que era novio de Clara Sandra, él podía soñar cosas que iban a pasar. Y mejor aún, podía modificar el futuro en sus sueños. Por supuesto, se cuidó de decirles que su pinino en el tema fue precisamente la travesura que les hizo en la biblioteca. Tampoco les dijo que creía que su capacidad de soñar el futuro tenía que ver con el don de Clara Sandra; eso lo guardó para sí, y simplemente les contó que podía ver el futuro y hasta modificarlo.

Por supuesto, no le creyeron al principio. Ni en medio. Ni al final. Para ellos, era un mero cuento. Una “volada”, fruto de su desesperación al creer que había perdido el premio. Claro que atinarle a la combinación ganadora de la carrera de caballos no era algo fácil. Si corrían, como esa ocasión, 11 equinos y quería atinar el orden de llegada 4 de ellos, la probabilidad de ocurrencia de un resultado en particular para los cuatro primeros lugares era de una en 7,920 posibles opciones. En resumen, no era fácil atinarle.

Poco a poco fue convenciéndoles. Ni siquiera Carlos J. podía ser tan necio como para no soltar el tema en dos semanas. Fue Juan Andrés el que le propuso al grupo hacerle una prueba a Carlos J.: le solicitaron que “adivinara” el marcador del siguiente partido de fútbol de los Pumas de la UNAM. Pero para creerle, no sólo tenía que adivinar el marcador, sino decir quiénes meterían los goles. Al principio Carlos J. se negó a hacerlo, pero ante la insistencia del grupo le quedó claro que era la única forma de quitarse el estigma de mentiroso. Así que se preparó a soñar con el fútbol, aunque eso no era precisamente uno de los campos de su interés.

Cuando le comentó a Clara Sandra que eso haría, ella trató de persuadirlo: eso de ver el futuro, como le constaba a ella, no era precisamente algo fácil o sin consecuencias.

Por favor, amor, no lo hagas; no sabes lo difícil y doloroso que es saber el futuro…

– Lo dices porque no quieres ayudarme. Es por eso…

– No veo por qué tendría que ayudarte.

– Es obvio, amor: esto me empezó a ocurrir a raíz de que tú y yo nos hicimos novios. Estás involucrada. Y si me preguntas, fue debido a que empezamos con la telepatía que…

– ¡Eso no tiene nada que ver!

– Me siento tan extraño hablando de esto contigo, pero… yo creo que sí es algo así.

– Ni siquiera entiendes cómo nos funciona eso de contactarnos entre nosotros, y ya quieres hacer algo más. Y lo peor, lo hablas con todos antes que conmigo. Eso no está bien…

– Es lo que tenemos que hacer. No has visto el potencial que esto tiene…

– Mira: sé que esto nos puede meter en muchos problemas, mi abuelo me lo dijo…

– ¿Cómo te lo dijo? Me consta que no has ido a verlo.

– No, pero me habló, y me dijo que la abuela le dijo que tuviera cuidado porque…

Carlos J. le interrumpió, burlón:

A ver, me dices que no me crees lo que te pido, ¿y le quieres hacer caso a un señor que todos creen que está loco, porque le dijo una muerta que era peligroso?

– ¡Mi abuelo no está loco…!

– Pues… si no está loco, sí está senil.

– ¡No digas eso!

– No porque deje de decirlo deja de ser cierto… No puedo creer que prefieras hacerle caso a eso antes que a mi.

– Tengo miedo, amor, mucho miedo… Y es algo que tú no entiendes. Sigo soñando que mueres… y eso me da miedo.

– Es decir, no quieres ayudarme a hacer cosas grandes con los sueños… pero sí piensas que son tan reales que, si muero en tus sueños, moriré en la realidad. De verdad que no te entiendo…

– Yo tampoco lo entiendo, y eso hace que me dé más miedo. ¿Recuerdas el caballo que ganó? Yo lo había soñado. Pero fue muy raro, porque era como si viera sólo hacia el techo. Y vi apenas su reflejo y su número, en una de las ventanas del restaurante cuando pasó a que lo premiaran…

Carlos J. no le dijo que, en sus sueños, ella seguía apareciendo a su lado, flotando. Pero que sólo podía ver una parte de su cuerpo, de la cintura hacia arriba. Por lo que la historia de que vio sólo un reflejo del caballo le parecía posible. Pero era algo que no pensaba comentar con ella.

Amor… tienes que confiar en mí.

– Confío en ti… pero tengo miedo. No de ti, sino de lo que pueda pasar si esto sale mal.

– No tiene por qué salir mal.

– Tú no sabes cómo es esto.

– No, no lo sé. Pero aprenderé. Contigo, sin ti o a pesar de ti. Quiero hacer esto y nada me va a detener.

– ¿Ni el amor por mí, o el que pueda hacerme daño?

– Nada te hará daño: aquí estoy para protegerte.

– No sabes con lo que te estás metiendo… No creo que puedas cuidarte ni a ti mismo, menos podrás cuidarme a mí.

– Definitivo: no me tienes confianza. Así que lo mejor es hacerlo sin ti y que terminemos todo entre nosotros.

– No estás hablando en serio…

– ¿No me crees? No importa: esto se acabó.

Carlos J. empezó a alejarse, rápidamente. Sus bufidos se alcanzaban a oír a buena distancia.

No amor, espera… no te vayas. Voy a ayudarte.

Dio la media vuelta sobre sus talones.

– Sabía que lo harías.

Clara Sandra cerró los ojos. Una lágrima, solitaria, corría por una de sus mejillas. Tenía miedo. Mucho miedo.

Por lo bajo dijo para sí misma “No entiende. Es muy necio. Pero no puedo dejar que siga adelante solo. Lo amo, aunque él no lo entienda”.

***

Así que el siguiente sábado hicieron el ejercicio: en el sueño de Carlos J., Pumas vencía al Atlético Morelia por tres goles a cero, con anotaciones de De Almeida, Luna e Israel López. El domingo siguiente Los Jotas decidieron ir al Estadio Olímpico Universitario. En esta ocasión y pese a no estar convencido de ello, Carlos J. decidió no invitar a su novia al estadio con sus amigos.

El partido transcurrió con algunas emociones menores, pero al momento de que la primera anotación llegaba a través del botín de De Almeida, Los Jotas empezaron a pensar que algo de lo que decía su amigo era posible. El segundo gol fue motivo lo mismo de alivio que de chanzas: sí, lo anotó Luna, pero eso no hacía que la premonición de Carlos J. fuera real. Pero para el principio de la segunda mitad, cuando cayó el tercer gol, ahora de Israel López, estaban que no creían en nadie. O más bien, creían ciegamente en Carlos J. El silbatazo final del árbitro validó lo que empezaban a creer: era cierto que su amigo podía ver el futuro. Las implicaciones de eso eran enormes. El ambiente al final del juego, entre la pandilla, era inmejorable. Ahora Carlos J. tenía una borrachera seca: Se sentía embriagado, no por el alcohol, sino por la satisfacción de haberle podido demostrar a sus amigos que no mentía y que lo que les dijo era real. Javier y Juan Andrés estaban casi embriagados, pero no sólo de euforia: las cervezas que tomaron moderadamente durante la primera mitad corrieron con abundancia tras el tercer gol. Manuel José casi no tomó porque, para variar, había provisto el vehículo familiar para poder ir con sus amigos al Estadio. Pero, además, siendo el que más creía en su amigo, tomó la precaución de cruzar un par de apuestas antes del partido, que le dejarían una buena ganancia. Estaba feliz.

Al final del partido y de camino al auto, iban platicando en voz alta sobre lo que había acontecido, en el entendido de que hay pocos lugares en los que se pueda estar más solo que en medio de una multitud.

Fiel a su estilo moral, Juan Andrés era el que estaba más preocupado.

De acuerdo, ya nos demostraron que Carlangas sí puede ver el futuro… O al menos, hoy pudo. ¿Qué haremos al respecto? Pregunto porque me parece un poco riesgoso y medio peligroso…

– No veo cuál es el riesgo. Simplemente, hay que hacerlo con cuidado y en un lugar que no despierte sospechas. Manuel José, feliz con su ganancia en las apuestas, preguntaba a su intuición que debía hacer a continuación. ¿El Melate? ¿La lotería? ¿El hipódromo…? ¿Cuál de todos esos les daría las mayores utilidades con el menor riesgo?

Javier no dejó de opinar:

A ver: si decidimos utilizar esto para hacer el bien, tal vez deberíamos hacerlo con cuidado. Por ejemplo, no veo el beneficio de lucrar con esto. Podríamos dedicarnos a prevenir tragedias graves. Por ejemplo, si Carlos ve que va a pasar algo como lo del accidente aéreo que fue noticia hace poco, hablamos con la compañía y le pedimos que no vuele hasta que…

– O sea, no quieres lucrar con esto pero si crees que nos creerán para salvar vidas. O eres demasiado ingenuo o demasiado tonto. O un poco de ambas…

– Es que no entiendes que esto debe usarse para el bien. Buscar sacarle provecho monetario…

Carlos J. Interrumpió:

– Eso es lo que vamos a hacer. Por lo menos al inicio, tenemos que aprovecharlo para reunir fondos. Ya después usamos esos fondos para apoyar viudas, o cuidar el medio ambiente, o pagar deudas de familias quebradas. Pero no podemos repartir lo que no tenemos…

– A mí no me parece correcto lucrar con esto. Estos dones son muy especiales, y la capacidad de ver el futuro debe usarse únicamente para mejorarlo.

– Pues sí, mano, y eso es lo que haremos. Mejorando nuestro futuro personal, mejora el de nuestras familias y el de todo el país…

Carlos J. Interrumpió la discusión:

– Bueno, como el poder es mío, yo decidiré lo que haremos. Y si bien ganar dinero fácil en la lotería y todo eso se antoja como muy bueno, creo lo mismo que Javier: lo que debemos hacer es ganar dinero apoyando a la economía, y más en estos meses en que la crisis económica ha dañado tanto a tantas personas y ha aumentado el desempleo.

– Bien dicho, mano… ¿Qué has pensado?

– Creo que invertir en la Bolsa de Valores es lo prudente. Si sabemos cuáles empresas subirán y en qué montos, pues invertimos en esas. Así, le damos dinero a grandes empresas, que le dan trabajo a las personas y a empresas pequeñas, ganamos mucho dinero fácilmente y hacemos el bien al mismo tiempo. Además, hay tantos miles de inversionistas que no se notará que ya sabemos los resultados antes de que ocurran. Carlos J. veía su plan perfecto e infalible.

– Oye, mano… Pero en el caso del hipódromo le atinaste a los caballos ganadores. Pero no pudiste ver el accidente previo. ¿Y si pasa algo similar aquí? ¿Si sube una empresa porque su competidora quiebra, no será contraproducente?

– Mira Andrés: si no me crees, no le entres. Así de fácil. Pero si les estoy compartiendo este don que tengo, es porque son mis amigos y quiero que nos beneficie a todos.

– Sí, claro… Y si hay problemas, quieres tener un chivo expiatorio. Que seremos nosotros. No sé si me gusta ese plan… – Javier seguía dudando si era buena idea o no.

– Oigan… Pero hay un pequeño gran problema. Para abrir una cuenta en alguna casa de bolsa, piden varias decenas de miles de pesos. Y no los tenemos. Así, está bien complicado invertir.

– No creo que sea mucho problema; podemos cruzar un par de apuestas seguras más, y entonces con las ganancias…

– No seas tonto; se trata de no dejar muchas huellas de lo que está pasando. Imagínate que los cuatro le pegamos al Melate tres semanas al hilo. Te garantizo que despertará sospechas. Por eso lo de la Bolsa de Valores es buena idea…

– Excepto por el capital inicial necesario, mismo que no tenemos. Así está bien difícil.

A espaldas del grupo estaba un señor de aspecto macabro. Usaba un sombrero negro de ala, con un listón blanco. Además, vestía de traje. Un atuendo poco común para ir a un estadio. Podía parecer un pachuco, excepto porque ya no estaban de moda. Pero también parecía alguien que quería hacerse destacar a simple vista, pero asimismo ser capaz de esconder detalles con tan sólo inclinar la cabeza. Sabía que el sombrero podía esconder el color y forma de su cabello, y agachado un poco podría cubrir los ojos. Estaba consciente de ello, y sabía usar ambos trucos. Y si hubieran estado atentos, se habrían dado cuenta que era exactamente la misma persona que empezó a seguirlos al salir del hipódromo el día del gran berrinche de Carlos J.

– Así que los caballeros están buscando dinero para invertir. Muy interesante.

Voltearon sorprendidos: no sabían quién les hablaba, y menos que sabían que les había escuchado hablar de algo tan delicado.

– ¿Perdón? – dijo Javier.

No tiene que sorprenderse. Escuché que quieren hacer un portafolio de inversión. Yo sé de alguien que puede ayudarles.

– No estamos interesados, gracias. Firme pero tajante, Juan Andrés quiso marcar distancia. Vámonos, muchachos.

– No tan rápido. Me interesa saber qué quiere el caballero… Carlos J. estaba intrigado por todo. No dejaría pasar la oportunidad de poner su plan en marcha de inmediato.

– ¿Yo? Nada… Pero conozco a quien de seguro estaría muy interesado en su… estrategia de inversión.

El duelo de miradas era muy fuerte y evidente. La multitud que seguía saliendo del estadio empezó a rodear la pequeña bolita que representaban los cuatro amigos viendo de frente al misterioso hombre del sombrero. Unos veían con desconfianza, otros con curiosidad. La mirada del hombre del sombrero era firme y obscura. Los Jotas no podían saber qué pensaba. Pero se dieron cuenta de que ese señor había jugado demasiado póker en su vida y podía esconder muy bien sus emociones. Para él, por el contrario, los jóvenes eran un libro abierto. Veía que había mucha curiosidad e interés en Carlos J., algo de miedo en Juan Andrés, desconfianza en Manuel José y a Javier la intuición le traicionaba: le sonaba un lugar poco probable para encontrar alguien dispuesto a apoyar con dinero una idea así de loca.

¿Cómo podía ocurrir que alguien, de la nada, dijera que estaba dispuesto a poner fondos para que un grupo de completos desconocidos, sin experiencia previa y sin más herramienta de análisis que los supuestos sueños proféticos de un jovencito? En verdad era aquello muy extraño. Pero también era extraño el hecho de que uno de Los Jotas pudiera ver el resultado de un partido como si hubiera estado allí antes. Así que Carlos J. decidió tomar el riesgo:

– Está bien. Quiero hablar con su inversionista… veremos si vale la pena incluirlo en el negocio.

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