Capítulo 18

A pesar de que Carlos J. ha tenido ya muchos días el dinero que le dio el Amo del Sureste, se ha cuidado de no comentarlo con sus amigos. Al concluir la reunión con él fue a donde le esperaban; no les dijo qué había en el portafolios ni cuál había sido el acuerdo. Les comentó que podría ser que existiera la remota posibilidad de hacer algo en conjunto con ese señor… pero nada definitivo. Que le había dado unos papeles para revisar y que les comentaría si pasaba algo más. Dejaron el tema por la paz.

Por otra parte, ha procurado mantener su vida lo más normal posible: va a la escuela, hace sus tareas, sale con sus amigos. Curiosamente, no han notado que ahora va a todos lados con un teléfono celular en su bolsillo. Afortunadamente para él no ha sonado en clase ni una vez, y el par de ocasiones en que le han buscado ha estado solo, ya sea en la calle o en su cuarto. Hasta ahorita, no ha podido concretar ninguna inversión puntual que le dé resultados inmediatos: ha tratado de soñar con los resultados de la Lotería, de la Bolsa y hasta del hipódromo: ningún sueño ha sido lo suficientemente concluyente para arriesgarse.

Su comunicación telepática con Clara Sandra sigue vigente: de cuando en cuando se hablan en las noches, siempre agarrados de sus respectivos libros. Ella lo ha notado extraño, pero no logra hacerlo hablar. Y aunque ella ha tratado de soñar con él, no puede. Cada vez que pretende entrar a sus sueños o verlo, algo pasa que se despierta, se bloquea el sueño o definitivamente algo lo detiene.

En ese afán de mantener su vida con cierta normalidad, aceptó ir con sus compañeros a realizar una tarea en el centro de la Ciudad. Debían buscar la sede del Museo de la Caricatura, de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y del recientemente inaugurado Museo del Antiguo Colegio de San Idelfonso. Lo que no sabían es que en una ciudad con más de cien museos, estos tres recintos se ubican en menos de dos cuadras de la calle de Donceles y Justo Sierra, que justamente cambian de nombre en República de Argentina, por lo que parece que son muy distantes aunque se encuentran en la misma calle. Su ubicación se encuentra a un costado del Templo Mayor azteca y cerca de muchas y muy célebres “librerías de viejo” y tiendas de artículos religiosos, imprentas y tiendas de fotografía. Y que lo que quería el profesor era que vieran esa esplendorosa parte de la ciudad de la época colonial y rompieran su rutina.

Más que nada y por curiosidad, entraron a una de esas mentadas librerías “de viejo”. Pasaron un rato por entre las mesas, tratando de ubicar los libros, títulos o autores que les fueran conocidos. Encontraron que, o bien se trataba de diversas ediciones de libros bastante conocidos -como la Odisea o El Quijote- o que trataban de temas que ni conocían ni les interesaban. Entre las muchas ediciones de veinte o treinta años atrás, destacaba al fondo una selección de libros en pasta de piel. Manuel José se acercó con cierta curiosidad y vio un tomo en particular que le llamó la atención.

– Mira mano, en este vejestorio hablan de tu novia…

– No me empieces a molestar, Manuel; no ando de humor para tus bromitas.

– ¿Pues no se llama Clara Sandra? Igual que este libro… Y como tú eres bien mandilón, pues ella es tu líder, ¿no?

– Deja de molestarme, güey.

– Ven a verlo y deja de enojarte, baboso.

El texto que encontraron era claro. El libro, si bien parecía muy antiguo, no tenía elementos que permitieran fecharlo de manera segura. “El líder Cassandrico” decía en su tipografía de tipo antiguo. Sin embargo, ninguna identificación de la editorial o la impresión se localizaba en él. El autor era un tal “Fray Amor”.

Podría parecer que se imprimió en el siglo XIX, sin embargo, la autoría y el texto parecía más antiguo. No era fácil entender exactamente la idea, pero los jóvenes pudieron, con algo de esfuerzo, reconstruir parte del mensaje contenido en el viejo documento.

“¿Cómo identificas a un Líder Cassandrico?” decía el capítulo que más les intrigó.

-Tal vez podamos encontrar uno de ellos pronto- se atrevió a bromear Carlos J. La respuesta no fue la más alegre. Por supuesto que no podían leer todo el texto en esta librería de textos usados y viejos; el escándalo que causaban las chanzas de Carlos J. no era lo que más podría ayudarles. Tampoco podían disponer del dinero suficiente para adquirirlo en el momento. Sabían que estas librerías de viejo solían tener buenos textos de interés al alcance de su bolsillo. No era el caso, pues el precio de varios miles era más de lo que podían conseguir rápidamente. Con el miedo a ser asaltados, se fueron con el mínimo de efectivo para su pequeña excursión. Sin embargo, estaban decididos a extraer el máximo posible al hojear el texto aquí mismo.

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 10, “Ritmo”. http://bit.ly/Liminal_CD10 )

“El mito griego de Cassandra refería a aquella mujer que era capaz de ver el futuro. Por ello, era seguida y escuchada, y solía encontrarse en los oráculos. Muchas ocasiones no era capaz de distinguir el futuro del presente o del pasado, por lo que sus reacciones eran difíciles de entender. Regularmente tenía un ayudante o médium, capaz de traducir sus dichos a un lenguaje entendible para la persona que hacía la consulta. Esta, por su parte, debía hacer un sacrificio al templo o entregar una ofrenda, en productos del campo o en dinero, no menos de cinco dracmas, según sus posibilidades”.

“El problema radicaba cuando una Cassandra tenía visiones fuera del Templo; sin la ayuda adecuada del médium; si tal cosa ocurría, los caminantes solían pensar que estaba endemoniada o loca, y la evitaban o agredían sin medida. Entonces, ella decía sus visiones, particularmente si eran malas. Si estas ocurrían, como solía pasar, las personas asumían que eran una maldición de la mujer, acusándola de brujería. Trataban de perseguirla o atacarla, buscando romper el hechizo”.

“El líder Cassandrico es aquel capaz de ver el futuro que espera a su grupo, y luego se esfuerza por hacerlo realidad. La dificultad radica en reconocer que, como ya vio el futuro, es capaz de hacer que ocurra. Generalmente, calla su secreto y espera que la gente descubra que era un visionario. No reconoce públicamente que en realidad es un vidente”.

Juan Andrés, en voz baja, interrumpió la lectura para decirles a los muchachos que él recordaba una de las clases de psicología de la escuela; la maestra había comentado la existencia de algunos síndromes, como el de Estocolmo, que vinculaba a un secuestrado con la causa de su secuestrador; y el Síndrome de Cassandra: como ésta podía ver el futuro y lo decía, pero no le creían, ella empezaba a dudar si lo veía o lo causaba; la tensión y la preocupación era creciente, por lo que cada vez lograba más visiones y una reacción cada vez más violenta a cada una por parte de las demás personas.

– Mira, Mano; no sé por qué lo insinúas, pero lo que dice este libro no tiene que ver con la novia de Carlos J. Deja de implicar cosas malas sobre ella, ¿eh? – brincó Manuel José.

– Manolo, no se trata de eso; simplemente que yo ya sabía algo del tema…

– Como siempre; sabes siempre y de todo, a condición de que alguien lo mencione primero. No puedes salir con un tema original, mi cuate… pero no dejas que digamos algo, porque luego-luego brinca que tú ya lo sabías….

Juan Andrés les pidió silencio – Recuerden que estamos en una biblioteca, no en la calle… Luego lo discutimos, ¿no? Ya bájenle…

Javier le corrigió:

– Esto es una librería, no una biblioteca… Aquí se viene a comprar, no a leer. Ya dejen eso en su lugar.

Sin embargo, el reclamo llegó tarde: el maduro dependiente les pidió que dejaran el texto en su lugar y se retiraran… Ya no eran tolerados ahí.

Oiga señor, es que yo quiero comprar ese libro… Es que he leído mucho del autor Fray Amor, y me interesa ver si nos hace una rebaja…

– En libros antiguos no hay rebaja alguna. Y esas ventas son de contado riguroso. O tiene el dinero, o el libro se queda. Y si no tiene el dinero, puede irse ahorita mismo. Vagos como ustedes no son bienvenidos aquí. Largo.

Salieron bastante contrariados: pocas veces los habían tratado tan mal, pero de otra parte habían descubierto algo que en verdad les sorprendió.

En la calle se hicieron dos grupitos: de un lado, Carlos J. y Juan Andrés adelante, Javier y Manuel José discutiendo unos pasos atrás. Juan Andrés decía que era curioso que las personas que dicen ver el futuro, por lo general, perciban desastres; rara vez tienen visiones positivas. Carlos J. alegaba que eso no era cierto, que quienes ven el futuro también ven cosas buenas… como a él le había pasado en el hipódromo. Andrés le replicó que también hubo un terrible accidente involucrado en ello.

Por su parte, Javier y Manuel discutían que lo negativo suele atraer más a las personas; que parece que esperamos más desgracias que hechos buenos, y por tanto era “normal” que las visiones “casandricas”, si es que ocurrían, fueran negativas casi siempre… Por supuesto que el ambiente añejo de estas calles viejas del centro de la ciudad fomentaban las sensaciones. No en balde decidieron entrar a un pequeño restaurante en uno de los balcones que les permitiera ver toda la Plaza Mayor a tomar un café y poder continuar así con su discusión, más integrada.

Ya acomodados, la charla giró en torno a que en la historia de Cassandra, ésta decide quitarse la vista como resultado de la presión; “no quiere ver el futuro, luego entonces, mejor prefiere no ver nada” dijo Carlos J.

Pero Juan Andrés le atajó:

Lo verdaderamente triste de Cassandra, es que ella no ve con los ojos, sino con la mente; por lo que perder sus ojos no contribuirá a que disminuyan sus visiones.

– No, no, no…. A ver, vamos por partes… A Cassandra, la del mito griego, le sacaron los ojos las personas que pensaban que ella podía ver las desgracias. Quienes creían que quitarle los ojos podía evitar que pasaran las cosas estaban mal.

– Disculpa que te interrumpa, mano, pero no es así; era la loca esa la que ya no aguantaba ver el futuro, y al sacarse los ojos mostraba no sólo el miedo por las visiones, sino su deseo de no volver a tenerlas.

– No, que no; entiende… Es la gente alrededor la que se vuelve temerosa…

– Mira, si a tu “ñora” le pasa algo así, Carlitos, te va a dar mucho miedo… Y ya ves que cada día te convences más de que así es ella.

– ¡Quieto! Con Sandra ni te metas; te he dicho que parece que sabe, pero ni yo me explico… ¡Y no te voy a permitir que hables mal de ella!

Javier volvió a terciar en la pelea:

– A ver, a ver muchachos; no se peleen. Ya vimos que lo que sugiere Sandrita parece que pasa; de hecho, nos hemos beneficiado un poquito de ello. Recuerden lo del hipódromo y el triunfo que Carlangas sabía que vendría, pero no pudo apostar. Pero el tema a discutir aquí es si lo que ella tiene es percepción del futuro, visión casándrica como la ponía el libro viejo de Fray Amor, o simplemente intuición femenina…

Nuevamente, el calor de la discusión era tan alto, que se volvía insoportable para los demás comensales. El mesero y la cuenta llegaron juntos a la mesa sin haberla solicitado, pidieron que pagaran y se retiraran. Una vez más, la euforia con el descubrimiento y la charla sobre el tema no los hacía bienvenidos ahí.

En la calle otra vez continuaron la discusión, ahora sobre la idea de que perder los ojos no te hacen necesariamente inválido.

– Mira el señor que va caminando con su bastón allá… Tiene menos seguridad que los demás, pero no se ve inútil… Simplemente, agudiza sus otros sentidos y eso lo ayuda a encontrar su camino.

– Ahora resulta, me vas a decir, que El Principito tiene razón y ‘lo esencial es invisible para los ojos’….

– Pues… Sí, a final de cuentas, creo que así es… Lo esencial es invisible para los ojos.

– Entonces, ¿por qué actúas como lo haces? Si te preocupa la esencia de Sandra, ¿qué obtienes de lucrar con ella? Ya viste que eso es posible… Igual y lo que tú quieres, Carlitos, es volverte su médium… como lo explicaba el libro. Al menos quieres estar “enmedium”, entre sus sueños y la caja de tu banco…

– Que no me digas Carlitos… Y no, tampoco pretendo eso… Yo quiero que no sufra. Cada vez la veo más rara, y eso me molesta porque la quiero.

Javier lo volteó a ver con cierta incredulidad. Después, con aire fastidiado, empezó a hablar:

– Mira, Carlos Jermías… No sé si estás diciendo lo que estás diciendo en serio, o simplemente nos estás mintiendo a todos… Recuerda que nos juntaste para comentar lo que te está pasando con ella; pero cuando tratamos de ayudar, fue obvio que te molestó porque te has distanciado de nosotros… Habla primero contigo mismo, luego con ella… Y entonces, y sólo entonces, nos involucras. Asegúrate que ya sabes claramente que quieres antes de meternos…

– Javier, que no… Que yo ya sé de qué tengo que hablar con ustedes… ¡Y no vuelvas a llamarme Jeremías, que no me gusta ese nombre!

– A ver, entonces… ¿De qué se trata? ¿Qué traes…?

– Mira, Javiercín…

– ¿Ya empezamos con los motes de nuevo? ¡Me cae que no entiendes, Jeremías!

– Okay, okay… Ya, pues. Mira… Me comentó hace poco que sus papás la llevaron a hacerse exámenes. Están preocupados por que duerme poco, y casi no descansa pues su ritmo circadiano está desfasado: a veces se queda dormida en clase de una, pero a las tres de la mañana sigue despierta. Ellos sólo ven que tiene problemas para dormir como los demás. Así que le hicieron una resonancia magnética y descubrieron que efectivamente tiene un desfase en la química cerebral…

– ¡Uy, Mano, tanto que decíamos que te gustaban las locas, y ahora resulta que es cierto!

– ¿Otra vez, Manuel? Si me vas a estar fastidiando, ahí muere. Mejor ya no les cuento nada….

– “Ahí muere, mejor ya no les cuento nada”. Ña ña ña… Pues no nos cuentes y quédate con tu loquita, pues…

– ¡Que no está loca! – Carlos J., ya molesto, encara a Manuel. Entiende, güey; tiene la química cerebral alterada….

– Pues si eso no es estar loca, no sé que sea… Me dices que no le funciona el ‘coco’, y ahora resulta que eso es normal. Y tú que te lo crees, también estás loco, ¿no, mano?

Andrés se mete entre ambos amigos, evitando que la pelea crezca más.

– A ver, tranquis, tranquis… Ya bájenle… A ti como que tampoco te funciona bien la cabeza… Ves a Carlos J. molesto, y ahí vas a darle cuerda… Y tú, Carlitos… Aunque te enojes, Carlitos; si no te parece que opinemos, no nos cuentes. Seguiremos siendo cuates, pero no tenemos que saber todo, ¿sale? Si nos quieres contar más, hazlo y ya. Si no, ahí muere y no pasa nada.

Carlos J. bufa. El resoplido es fuerte, pero parece que lo calma un poco. Los demás hacen una bolita en torno a él.

– Sale, pues. Si el estudio es correcto, Sandra no percibe el tiempo de manera adecuada. Simplemente, una hora para ella no es una hora como para los demás.

Javier ataja:

– ¿Y eso qué? En realidad, el tiempo es algo relativo para todos… Ya ves que si estás haciendo algo que te gusta, o bien no sientes el paso del tiempo, o bien percibes que eso fue muy rápido. De cualquier modo, el tiempo es relativo…

Carlos J. lo mira de manera extraña. Parece que evalúa la idea de su amigo…

– Lo cierto es que si el tiempo se puede percibir con el cerebro, mi novia lo percibe de otra manera. Y como lo percibe de otra forma, es posible que sí vea el futuro. Sin magia, sin trampas… Simplemente, percibe el tiempo de otra forma.

– Y mientras tanto… tú usas ese fenómeno para lucrar con ello. No, si eres a toda madre, güey.

– ¡Deja de fregar, que yo no lucro con nada!

– Y entonces ese bulto que traes en la chamarra y está haciendo ruido, ¿qué es?

En efecto, el celular de Carlos J. estaba sonando. Se puso rojo del coraje: sabía que debía tomar la llamada, pero también sabía que no quería hacerlo en medio de Los Jotas. Vaya dilema que enfrentaba. A pesar de todo, pudo más la precaución y contestó, pero en silencio. Una voz que no conocía y que no era la del Mapache Cucho le dijo:

Te estamos siguiendo. Sabemos de lo que están hablando. Ya deja de hablar de ello. Se está tornando muy peligroso para todos. Bájale. Ya bájale. No les digas nada o el trato se acaba, ¿está claro?

Y colgaron. No pudo decir nada. Sólo pasó del rojo del coraje al blanco del miedo. Volteó a todas partes, tratando de identificar quién le había marcado. Carlos J. estaba realmente espantado: recordó que Clara Sandra siempre le había hablado del sueño en que moría. Y hoy, por primera vez, había creído que podía hacerse realidad.

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