Capítulo 19

– Su Excelencia…

– Bienvenido, Fray Amor. Recibí la noticia de su viaje a tiempo. Estoy a días de salir a Roma a ver a nuestro Amado Padre, el Sumo Pontífice. Hubiera tenido que esperar varios meses hasta mi vuelta.

El Obispo extendió la mano para que Fray Amor le besara el anillo de oro que remarcaba su carácter de líder de la iglesia. Lo hizo por práctica común, no porque le naciera hacerlo. Pero bueno, a veces respetar un poco las costumbres de los hombres ayuda a tranquilizar a algunos que creen en una superioridad inventada y no real, y no quita nada a un hombre sabio como Fray Amor. Además, Alonso de la Vera Cruz era un buen hombre, además de un prelado de importancia. Pero no por ello invitó a Fray Amor a sentarse.

– Lo entiendo, su Excelencia. Por eso agradezco aún más su tiempo.

– No se apure. He oído que cierta discípula que tuvo en Panoaya que ha cobrado notoriedad…

– No es precisamente mi discípula, Eminencia. Fue puesta a mi cuidado por su abuelo cuando era niña y yo…

– No tiene que justificarse. Es una joven notable. Habrá que convencerla pronto de que tome los votos.

– Si así lo considera, Eminencia… veré qué se puede hacer.

– Lo hará, Fray Amor, lo hará. Usted sabe que fue admitida en la Corte tras pasar un examen ante 40 sinodales de las más variadas materias, y destacó ante todos. Pero es un peligro que una mujer así esté en la vida laica. Ya el Virrey Marqués de Mancera me ha señalado que está muy contento con su gran sapiencia y sabiduría, pero que le preocupa su efecto sobre las otras damas de la corte…

– Entiendo la preocupación del Virrey, pero no le veo un motivo real.

– ¿Duda usted de la sabiduría de la máxima autoridad del Virreinato, monje?

– No, su Eminencia. Sólo le digo que la verdad es verdadera. Ya lo dijo Aristóteles: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”, y yo dudo que Juanita escuche una razón que no se apoye en La Razón…

– Pues su “Juanita” tendrá que escucharle, o las consecuencias pueden ser muy graves.

– ¿Por qué graves, su Eminencia?

– Particularmente porque la Virreina la escucha con atención y la prefiere como su dama de compañía. Pero es una hija ilegítima. Y a veces sus ideas pueden ser peligrosas. O nos apuramos a retirarla de allí, o puede generarnos un verdadero problema.

– Eminencia, entiendo su preocupación. Pero ella es una mente brillante y no podemos pedirle que deje de serlo…

– No, pero el confesor del Virrey me ha dicho que ella no pretende casarse. De ser necesario, y dado el afecto que le tiene, le pediré que hable con ella. Debemos convencerla de que entre con prontitud a la Orden de las Carmelitas.

– Eminencia, hace tiempo que no la veo, pero sé que me tiene en alta estima. Procuraré hacer esa encomienda tan pronto como me sea posible.

– Eso espero, Fray Amor. Es menester que Juana de Asbaje tome los votos a la brevedad. Puede retirarse…

– Disculpe, su Eminencia, pero…

– Puede retirarse.

– Eminencia, es que yo pedí esta audiencia para tratarle un tema de particular cuidado y urgencia.Y no lo hemos abordado.

– Creo que deberá esperar a mejor ocasión…

– Temo que no puede esperar, Eminencia.

– Ya veo. Su discípula es necia por influencia suya, supongo. Sea breve, pues.

– Le tengo que pedir que sea en privado, su Eminencia.

– ¿Y querrá después que le ofrezca un asiento, Fray Amor? Mi asistente de cámara se queda.

– Es menester que salga, Su Eminencia.

El Obispo se quedó molesto, pero con un gesto pidió que su ayudante se retirara.

– Y bien, Fray Amor… ¿Qué es tan importante que ni mi asistente personal puede escuchar?

– Es por una acusación grave, Eminencia.

– Explíquese.

– Me han informado que la Inquisición prepara un proceso contra algunas mujeres que dicen tener sueños proféticos.

– ¿Lo han dicho ellas?

– No, su Eminencia.

– ¿Hay pruebas fehacientes?

– En un tema así, es difícil que las haya, su Eminencia.

– Entonces dejemos que fluya el proceso. Eso no me incumbe.

– Temo que si, Eminencia, es tema de su incumbencia.

– No veo por qué, Fray Amor. Puede retirarse ya. La audiencia ha concluido.

– Se trata de sus tías, monseñor…

– ¿Qué atrevimiento es este?

Con un manotazo en el brazo del sillón reitero el Obispo su molestia.

– No es atrevimiento, su Eminencia. Permítame explicarle…

– Más le vale…

– Usted recuerda a la familia de su madre. Y sabe que pocas personas la conocen, dado que desde muy pequeño ha cambiado usted su apellido… después de la muerte de su madre y el abandono de parte de su padre.

– ¿Y cómo sabe usted eso…?

– Permítame continuar, Eminencia. Su secreto está seguro. Pues bien, involuntariamente sus tías han cobrado fama de videntes. Resulta que han anticipado adecuadamente dos accidentes graves en una montaña cercana a su pueblo natal; pudieron avisar de un intento de robo de ganado y salvaron a un niño de ahogarse en el río.

– ¿Quién le informó de eso?

– Lo importante es que, si bien el pueblo las quiere y las consulta, han llamado la atención de la sede obispal que corresponde y se ha iniciado una investigación. Evidentemente, desconocen que son familia suya y no hay pruebas concluyentes, pero la evidencia es tan sólida como la que acepta la Inquisición. Así que si el caso avanza, serán inequívocamente acusadas y condenadas a muerte.

– ¡Dios mío! ¿Y cómo se ha enterado usted? ¡Mi pueblo natal está muy lejos de Panoaya!

– Por eso debía verlo en privado, Eminencia. Debe usted saber que desde hace mucho, hay un Arcángel que me da recomendaciones e instrucciones. Fue él quien me ha dicho que debía verle.

– ¿Un arcángel, dice?

– En efecto, Eminencia. Fue él quien me ayudó a la adecuada formación de Juanita. En cosas que yo no sabía o conocía, era él quien le instruía. Nos veíamos los tres en la capilla. Siendo ella una niña, y muy inteligente, podía ver al Arcángel sin mayor problema. A mí, como hombre de vida consagrada, a veces se me revelaba en forma de voces, a veces completo, la mayor parte del tiempo sentía que estaba allí pero no podía verlo ni escucharlo. Pero él fue el verdadero maestro de Juanita. Por eso su formación es tan completa y vasta…

– No puedo creerlo.

– El Arcángel me anticipó que así sería. Y me insistió en que yo debía verle a solas, Eminencia. Gracias por atender a mi petición. Lo que pasará a continuación es posible únicamente porque es usted un hombre bueno. aunque con algunos respetos humanos mal entendidos, y porque su familia está en real peligro.

Dicho lo cual, en uno de los rincones del salón empezó a formarse una niebla pequeña, que poco a poco fue creciendo y volviéndose más compacta. Eventualmente, de ella emanó una figura alta y alada, con un bastón en una mano y un pez en la otra.

Gloria al Señor y paz a vos, ¡oh digno pastor al servicio de nuestro Dios!

El Obispo de la Vera Cruz se puso de pie, sorprendido. El arcángel continuó:

Me han pedido que le avise el grave riesgo que corre la sangre de su sangre. Sus tías son mujeres en gracia de Nuestro Señor, que aman tanto a sus vecinos y a su tierra que se les ha permitido ser sus cuidadoras y protectoras. Se han vuelto Santas en vida, y pueden enterarse de lo que va a suceder, a fin de avisar a las personas cercanas a ellas para que eviten el mal. Como ellas, hay centenas de personas en todo el mundo, pero suelen guardar el secreto. En el orden angélico les llamamos “líderes casándricos”. Son los humanos que han llegado a ser ángeles en la tierra, sin dejar su naturaleza humana.

El Obispo cayó de rodillas, cerró los ojos y empezó a darse golpes de pecho.

Es usted un hombre justo y ha alcanzado gracia también ante los ojos de Nuestro Señor. Por eso me ha enviado ante usted, como me envió ante Tobías, para ayudar a remediar esta situación. Pero es también hombre de jerarquías y respetos humanos, por eso era menester que nos acompañara Fray Amor, un hombre sabio que ha descubierto mediante la razón y la fe una gran verdad: es el Amor la única realidad trascendente, la esencia de Nuestro Señor y lo que une a todas las criaturas vivas, cualesquiera que sean. Es por la oración de él que se nos ha permitido protegerle tan directamente en este trance.

¿Qué debo hacer, oh mensajero de Nuestro Señor?

– Primero, deberá gestionar ante el Santo Padre que se evalúe la posición oficial sobre el tema. Los sueños no deben ser considerados herejías, blasfemias o cosas malas. Son una vía que nos permite comunicarnos con ustedes. Debe empezar ese documento a la brevedad para que pueda presentarlo ante el Santo Padre en su viaje a Roma. Es imperativo que convenza al Papa de ello. Fray Amor está aquí para ayudarle a redactarlo. Y es menester que lo haga usted, porque su sangre ha ganado ese don y es su obligación defenderlo. Deberá hacerlo con razón y con fe, y debe ser claro y contundente.

Segundo, deberá construir un Templo en su pueblo natal y reconocer su origen. Esa prueba de humildad y servicio debe bastar para que ningún juicio proceda en contra de su familia ante los ojos humanos, ya que quedará claro que esas mujeres no son brujas, sino santas.

Tercero, no deberá hablar con nadie de nuestro encuentro. El mayor sigilo debe tenerse sobre esto, porque no están listos para conocer estas verdades. Llegará un día en que se hablará de ellas ampliamente, pero ese día no es hoy y no será a través de ustedes.

Cumpla esto con diligencia y cuidado, ¡oh Siervo del Señor del Universo! y el riesgo que hoy está amenazando a su familia se volverá gozo y bendición por muchas generaciones. Y recuerde, no es sólo abandonarse en la confianza del Señor, en el “amén”. Es menester que trabajen, que hagan su parte y, principalmente, que “amen”. Sin Amor nada podrán lograr. Gloria al Señor y paz a vos. ¡Amen!

Dicho lo cual, el Arcángel San Rafael fue aumentando su intensidad lumínica de tal manera que terminó en una luz tan intensa que no podía verse directamente. Y en medio de ella se esfumó sin que vieran cómo. El Obispo Alonso de la Vera Cruz no pudo evitar deshacerse en un llanto profundo y continuo, abrazado de Fray Amor. Éste le repetía al oído “amen, amen, amen… No amén, ¡amen!”.

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