Capítulo 20

Carlos J. está preocupado. A menos de semana y media que se venza el plazo que le dio el Amo del Sureste para completar su tarea, no ha podido ni siquiera iniciar la inversión que tenía en mente. Puede entrar a los sueños de Clara Sandra, y manipularlos; pero cada vez que se aproxima a ver algún detalle que pueda resolver su reto financiero, algo pasa que interrumpe su intención: se despierta Clara, él pierde el control de lo que pasa; ve la lista ganadora de la lotería pero tan borrosa que no alcanza a ver el número; descubre la acción que subió 28% en un día concreto… pero no puede saber en qué fecha. Y la angustia, la frustración y el miedo empiezan a apoderarse de él.

Primero, su molestia era hacia él mismo. Consideró que había sido muy imprudente al haber aceptado el dinero -y el reto- sin haber probado antes que era posible lo que pretendía hacer. A final de cuentas, la primera vez que lo intentó fue en el hipódromo, y consideró que su predicción fue precisa, pero que algo fortuito le había impedido concretarla. Segundo, en otras cosas le había funcionado: logró ver el examen y sacar un diez cerrado – sus calificaciones siempre fueron buenas, pero jamás pudo sacar la puntuación perfecta en matemáticas… más que el día que vio el examen en el sueño. Pudo acertar qué le regalarían a su primo de cumpleaños con total precisión, incluso acertó en la caja de condones incluyendo la invitación a usarlos de parte de quien se la dio. Logró avisarle a Javier que tuviera cuidado porque lo iban a asaltar, hecho que logró evitarse porque, sabiendo que podía ocurrir su amigo tomó precauciones adicionales y logró evadir a los ladrones. Anticipó bien el diagnóstico de la enfermedad de la madre de un compañero de la que se enteró que estaba enferma, y gracias a su recomendación pudieron llevarla al médico y, con un diagnóstico preciso y a tiempo, salvarle la vida. Pero en cuanto entraba al terreno del lucro personal, el tema no avanzaba.

La autocrítica era algo que no le gustaba y no se le daba bien, así que pronto pensó que era Clara Sandra la que hacía “algo” para evitar que progresaran en el tema. No sabía cómo podía concretarlo, pero para él la sospecha de que era ella la que saboteaba todo, crecía con cada intento fallido.

Pero cada vez que intentaba tocar el tema con ella, se molestaba y se ponía a la defensiva: se iba, se callaba, lo ignoraba e incluso, cuando estaban en comunicación telepática, bajaba el libro y se cortaba el mensaje. Carlos empezaba a desesperarse con la actitud de su novia, y si bien creía con toda certeza que él tenía razón, no encontraba la forma de convencerla a ella de que así era.

A Clara le molestaba que él pensara mal de ella. La chica no quería nada más que el éxito y bienestar de su amado novio; y sí, sin duda le preocupaba que hiciera algo malo o que se perdiera en las líneas difusas de lo que intentaba hacer: lucrar con este don le parecía incorrecto. Ese tipo de dones se reciben a condición de que se compartan gratis. Los deseos de sacar ventajas con esas habilidades, siempre las hubo. Incluso desde la época de Simón El Mago, quien propuso a Simón Pedro, primer Papa, que le vendiera la capacidad de hacer milagros, base de que se creara el delito canónico de simonía, referida a la venta de lo sagrado. Clara recordaba que esa era la condición que aquel tipo de dones requerían de su portador: darse gratuita y ampliamente, de la misma forma en que se recibían… Pero, por otra parte, tampoco quería hacer enojar a su amado. Estaba, por supuesto, en un dilema en el mundo consciente. Quién sabe si sus dueños coincidían en ese diagnóstico.

A Carlos J. le entró una idea un tanto obsesiva: No había manera de forzar a que Clara le escuchara sobre el tema en la vigilia. Y no lograba forzar los resultados en sus sueños para ver un buen resultado en materia de lucro. Así que decidió que el mejor curso de acción era forzar a Clara Sandra a colaborar con él… en un sueño.

Claro que había un problema técnico del que no entendía su principio: Si ella no quería colaborar, ¿podría forzar su sueño? Y si ella quería colaborar, ¿era necesario obligarla?

Como sea, decidió que era momento de intentarlo, porque el plazo se le acababa y las cosas no iban a mejorar por sí solas. Así que bien llegada la noche, se preparó nuevamente a entrar al sueño de Clara.

Carlos J. estaba, como en otras ocasiones, en lo que sabía que era un sueño porque estaban presentes los mismos cuatro elementos que aparecían cuando él podía controlar un sueño: ciertos artículos o superficies muy brillantes; la ausencia de personas que pudieran verlo, escucharlo, hablar o interactuar con él si no lo permitía expresamente, su capacidad de mover objetos a su antojo en el sueño… y, más común y más preocupante, el torso de Clara Sandra, de la cintura hacia arriba, que podía ver flotando a la altura de su cintura, porque el resto de su cuerpo quedaba fuera de su campo visual. Como en muchas otras ocasiones, estaba inmóvil y no reaccionaba a lo que él decía, pero a veces podía golpearla, involuntariamente, con un objeto y notar que reaccionaba. Es decir, estaba parcialmente sensible, pero totalmente inconsciente. Lo que se proponía era un trabajo difícil, y más porque si la despertaba totalmente, saldría de los sueños de ella como expulsado; pero si la dejaba estar en esa especie de trance, no podría lograr lo que se proponía… que era hablar con ella en pleno sueño, para poder forzarla un poco de aceptar las cosas que él quería.

¿A dónde podría llevarla Carlos J. para que pudiera convencerla de que le diera su ayuda incondicional? Pensó en ir a la futura casa de sus sueños. En algún lugar quince o veinte años adelante. Así que se concentró en ir a la futura casa en dónde viviría Clara Sandra. Cerró los ojos y los abrió. Y súbitamente, sabía que allí estaban.

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 11, “El sueño (Género)”. http://bit.ly/Liminal_CD11 )

No es que se tratara de una gran mansión, pero ciertamente no era una casa pequeña. Tenía dos plantas, si bien en la superior sólo estaban dos recámaras y un estudio, que fungían como miradores hacia lo lejos, porque quedaban por encima de las demás casas aledañas, prácticamente todas de un piso y con grandes jardines a su alrededor. De un lado, podía alcanzarse a ver un pequeño lago a la lejanía. Del otro lado, se podía apreciar a no mucha distancia una pista de aterrizaje para avionetas y aviones privados, pequeños. En la parte de atrás el muro colindaba con un campo de golf. Al frente, se tenía la majestuosa vía de entrada, muy amplia, porque en ella podían circular las avionetas de los residentes. En efecto, era un fraccionamiento en el que todos los vecinos tenían no sólo una cochera, sino también un hangar. Porque podía irse allí en carro, pero principalmente en avión ligero.

Se preguntaba Carlos J. por qué lo harían así, pero pronto la respuesta le llegó sola: era un lugar tan hermoso, que debía estar distante de los centros urbanos. Pero a la vez la presencia del pequeño aeródromo podría conectarlo con rapidez a ciudades importantes. Es decir, con el tiempo en que otras personas pasaban conmutando de ciudades dormitorio a los centros urbanos, los habitantes de esta zona podían conmutar lo mismo… pero en avión. Así que en lugar de recorrer 30 kilómetros en dos horas de camino a vuelta de rueda, podían muy bien volar 400 kilómetros a sus trabajos o ciudades cercanas y tener una calidad de vida extraordinariamente alta. No podía decirse que estaba ubicado en Jumbolair, el primer fraccionamiento de este tipo en Florida… porque había banderas de México en algunas casas y predominaban las matrículas “XA” en los aviones, pero sin duda seguía ese mismo modelo de fraccionamiento de lujo para fanáticos de la aviación… con dinero para gastar.

No le sorprendía, pues, que esa fuera la casa soñada de Clara Sandra para su futuro. Pero sí le asombró algo: en esa casa había un par de autos eléctricos japoneses. A él no le gustaban los autos eléctricos ni los japoneses; prefería los muscle car americanos. La casa soñada de él tendría dos o tres autos Mustang o Charger, incluso alguno de ellos clásico, con un gran carburador y potentes motores V8. Esos coches eléctricos le parecían totalmente anodinos. Y un lago cerca… no le molestaba la idea, pero ciertamente él hubiera preferido un departamento de súper lujo en una gran avenida céntrica en una gran capital. No se sentía a gusto en esa casa; pero asumió que se debía a que era el sueño de Clara y no el de él. Porque, a final de cuentas… No creía que le gustaría tener un avión en lugar de un coche y vivir tan lejos de un lugar civilizado. Si por él fuera, tendría un auto exótico en la parte más llamativa de la ciudad. Pero bueno, igual y era ella la que había decidido vivir “a su modo” y él quien, con tal de hacerla feliz, había aceptado.

Buscó sacudirla para despertarla; lo logró tras mucho esfuerzo… Tal vez lo más complicado fue despertarla sin que se cayera; hasta ahorita, en los sueños en que Carlos J. controlaba las cosas, ella se mantenía levitando a su lado. Esta era la primera vez en que ambos estaban despiertos simultáneamente. Pero tal parecía que ella no lograba reconocerlo.

– ¿En dónde estamos…? ¿Quién eres tú? Le preguntó Clara.

– Soy yo, Carlos J.; y estamos en un sueño tuyo sobre el futuro. Esta es tu casa soñada… Y puede ser nuestra realidad muy pronto.

– ¿Nuestra qué…?

– Sí amor… Esta es nuestra casa soñada. Con un lago, un club de golf, hangar y cochera y… Todo lo que deseas.

– ¿Un hangar? ¿Golf? ¿Estás seguro que…? ¿Quién eres y qué le hiciste a Carlos?

– Soy yo, mi amor.

– No, no es cierto…

– Sí, mi vida. Soy yo. Esta puede ser nuestra vida futura. Lo único que necesito es que me ayudes con algo.

– ¿Con qué quieres que te ayude?

– Mira, amor… Lo único que necesito es que me ayudes a ver opciones lucrativas para nuestro futuro. Es muy importante que…

– Mi vida… Si realmente res mi vida, sabes que esto no funciona así. Que en el momento en que pretendas usarlo para tu beneficio personal y no el de los demás…

– Mi beneficio es el de todos, empezando contigo y conmigo. El resto del mundo se beneficiará a partir de nosotros dos. Y eso es bueno, así debe ser.

– Tú no eres Carlos, no me engañas…

– Mi vida, soy yo… tu amado Carlos.

– No… Carlos jamás me pediría eso. ¿Quién eres y qué has hecho con mi novio…?

– Soy yo, mi vida, soy yo…

– No… Usar esto para beneficio propio está mal, es peligroso y Carlos, mi amado Carlos, lo sabría. No me pediría eso. ¡Tú no eres él!

– ¿Quién dice? ¿Por qué te niegas? ¿No entiendes todo lo que está en juego? ¿No entiendes que va mi vida de por medio?

– No es que no quiera… Espera… ¿Cómo que va tu vida de por medio? ¡Me espantas!

+++—————————————————-+++

         Lee el capítulo siguiente (21) aquí.

        Lee el capítulo anterior (19) aquí.

         Encuentra los otros capítulos aquí.

         La novela completa a la venta en Amazon

         Suscríbete y recibe un capítulo cada semana

+++—————————————————-+++

Etiquetado con: , ,