Capítulo 23

Descubrir y descubrirse juntos en esas condiciones hizo que la comunicación y la relación entre Carlos J. y Clara Sandra fuera mucho más profunda. No sólo compartían ya los sueños, que ambos podían conducir juntos; tampoco necesitaban del libro para poder comunicarse telepáticamente. En cuestión de horas habían logrado establecer un enlace entre ellos que parecía increíble para quien no lo viera. Pero se cuidaron mucho de no mostrarlo a nadie más.
El único que logró notar el cambio en sus amigos fue Javier. Estaba extrañado por la insólita complicidad que había surgido entre ambos, y veía que en lugar de que la desconfianza que había notado en Clara hacia Carlos J. durante los últimos encuentros en común de Los Jotas con ella, se estaba haciendo a un lado. No quiso indagar más, pero empezó a preocuparse mucho por ambos, sobre todo, por ella.
Había notado que Carlos J. había cambiado después del encuentro misterioso en el restaurante, cuando llegó con el portafolios y no quiso hablar con nadie. Desde entonces, aunque seguía con el grupo, estaba aislado de ellos, y se veía constantemente distante.
Algo había notado también: cada vez que presumía de su capacidad de prever el futuro, pasaban cosas que le impedían aprovecharse de ello -tal vez con la excepción del examen de matemáticas-. Le pareció muy sintomático que el día del hipódromo fuera él quien recibiera el boleto ganador, obsequio de aquel hombre canoso. Y ahora, era el único del grupo que notaba que algo no estaba bien.
En cierta ocasión, Javier pudo platicarlo con Clara, a solas:
– No sé qué pasa, pero a ustedes dos los veo muy extraños.
– No me suena que sea así; no sé a qué te refieras.
– Me atrevo a decir que los observo más cercanos entre ustedes, pero están más distantes de todos nosotros. Y del mundo.
– Imaginaciones tuyas; no nos pasa nada y todo está normal.
– Dirás lo que quieras, Clara; pero me da la impresión que has perdido el brillo en tu mirada. Te noto como sometida, confundida y agobiada.
– Será que no me conoces.
– Tú eras alegre; hoy ya no lo eres.
– Si tú pudieras escuchar lo que yo veo…
– Créeme que me gustaría.
– … pero no puedes. Solo Carlos me entiende. Y yo a él.
– Puede ser. Pero tú ya no eres tú… Prométeme una cosa.
– Dime.
– Que pase lo que pase, te apoyarás en mí. Espero que tengas claro que cuentas conmigo.
– Emmmmm… No creo que sea necesario, pero vale; si se requiere, me apoyaré en ti.
– Gracias. No sabes lo importante que es para mí saber que tú estás bien.
– Igualmente, amiguito.
Y no, Javier no quedó del todo tranquilo; pero fuera lo que fuera que preocupaba a su amiga, estaba convencido que no era el momento para hacerla hablar. Había que esperar.

***

Carlos J. y Clara Sandra habían acordado cómo resolver el problema del dinero del Amo del Sureste: deberían soñar con él, juntos; manipular el sueño hasta hacerlo aceptar el dinero de vuelta, sin complicaciones; y luego hacer que los olvidara. Una vez que pudieran hacer eso, Carlos J. lo buscaría para actuar conforme al guión exacto del sueño y poder salir sano y salvo de semejante reto. La tarea no sería fácil, pero estaban seguros que podrían lograrla. Clara Sandra, por su parte, invocó al ángel que había visto en la habitación y pidió su protección y ayuda. Y si bien no pudo verlo, sintió en el corazón que su oración había sido escuchada y que estarían adecuadamente protegidos en tan peligroso trance.
En efecto, un par de días antes de que venciera el plazo, Carlos J. se acostó a dormir con el libro en sus manos. Clara Sandra hizo lo propio en su cama, con su ejemplar entre las manos. Ya dormidos, se encontraron nuevamente en el sueño. A diferencia de sus pijamas y camisones, ambos vestían de blanco durante el sueño.
Carlos J. llegó al restaurante donde había conocido al Amo del Sureste casi un mes antes. Tomó otra vez el lugar en su mesa. Llevaba el portafolios a su lado. Espero un rato. Al poco tiempo, entró el Mapache Cucho.
– Veo que has llegado. Eso está bien. Sabía que vendrías. No te hemos dejado de seguir.
– Lo sé. Y no me preocupa.
– Bien, le diré al jefe que puede venir.
– Le espero con ansias.
Carlos nunca había fumado, pero este era un buen momento para empezar. Al menos, creía que sólo algo así podría calmarlo. Le pidió al mesero un cigarro, mismo que prendió y dejó en la mesa. Le basta aspirar el humo así, a lo lejos, para tranquilizarse un poco. Pero sólo un poco: la verdad es que tenía miedo.
Entró por la puerta el Amo del Sureste. Su paso hacía retumbar el suelo. Dos pasos atrás, por su derecha, caminaba el Mapache Cucho. Ambos tomaron asiento frente a Carlos.
– ¿Y bien, Señorito Carlos? ¿Qué novedades me tiene?
Carlos J. no pudo evitar fruncir la comisura de la boca. Le molestaba el mote de “señorito”. Pero no era algo como para pelear en ese momento… y menos contra ese peligroso contrincante.
– No procedió su solicitud, señor.
– ¿Qué dices?
– Consulté con una autoridad superior en el caso, señor. Me dice que no procede su solicitud.
– ¡Déjate de tonterías! ¿A qué te refieres?
– No es posible hacer lo que usted pidió. Este don no puede volverse lucrativo.
– ¿Lucrativo? ¡Yo no quiero lucro, quiero mi ganancia y la quiero ahora!
– Lo lamento, señor. No procede su solicitud.
– Bien. Tú te lo buscaste. Mapache, tu turno. Hazlo sufrir.
– No lo recomiendo, señor.
– No te estoy pidiendo opinión. Mapache… Hazlo lento.
– Hay una opción satisfactoria para todos, señor. Déjeme explicarle.
– La única opción es que me des 10 veces lo que te entregué, y punto.
– Le insisto: no procede su solicitud.
Dicho lo cual, el Mapache Cucho aventó su silla hacia atrás y se abalanzó sobre Carlos J. Pero antes de que pudiera tocarlo siquiera, cayó al suelo, paralizado. Sólo sus ojos se movían y se notaba que una lágrima de dolor empezaba a salir por uno de sus ojos.
– Le insisto, señor: no procede su solicitud. Y por su bien y por el de su gente, veamos la manera de cerrar este trato aquí y ahora.
– A mí nadie me amenaza…
– No lo estoy amenazando. Le estoy dando la oportunidad de salir bien y con su dinero intacto.
– Salir sin utilidades es perder… ¡Y yo nunca pierdo!
– Créame, perderá más si insiste en hacer algo incorrecto: vea a su empleado.
Mapache Cucho seguía tirado en el piso, sin poder moverse. El rictus de dolor en su cara podía adivinarse, ante todo, porque las lágrimas ya corrían en ambos ojos.
– Estás fanfarroneando. Te enseñaré.
Y el Amo del Sureste se paró para lanzarse sobre Carlos J. Pero no pudo moverse más allá de haberse puesto en pie. Quedó congelado en dónde estaba.
– Yo no haría eso, señor. Le insisto que comenté con una autoridad superior y lo mejor que puede hacer es cancelar el trato.
– No entiendo…
– Hay cosas que escapan al entendimiento. No puedo explicarle lo que está pasando, pero más vale que acepte pronto o esto se puede salir de control.
Mapache Cucho empezaba a amoratarse del rostro. El Amo del Sureste también empezó a mostrar signos de dolor, a pesar de estar inmóvil.
– Veo que tengo su venia para cancelar el convenio, ¿no es así?
– Mmmpfff….
– ¿Es eso un sí, señor?
– Grrnofpt…
– Está bien, si lo prefiere así…
Empezó a salir una segunda lágrima de los ojos del Amo del Sureste.
– Sí… sí… ya…
– Sabia decisión, señor.
Ambos quedaron liberados de la sofocación que sentían, y empezaron a moverse.
– Aquí está su portafolios. Está todo el dinero que originalmente me entregó. Lamento no haber podido hacer negocios con Usted, pero hay cosas que sólo pueden usarse para el bien. Y el lucro sucio no es uno de ellos. Disculpe las molestias.
– Esto… no… se… quedará… así. Más vale que te cuides, mozalbete…
– No será necesario, señor. Sé que no se atreverá a hacer nada, porque esté donde esté podremos alcanzarlo. Además, hay quien me defiende.
– No estés tan seguro…
– No tengo duda, y en verdad lo lamento.
– Esto no se quedará así.
– Confío en que sí. Por el bien de todos. Por favor, considere lo que pretende hacer. Nadie gana, pero Usted puede perder más que todos.
– Vámonos, Mapache…
Y Mapache Cucho se levantó del piso, con suma dificultad, y sobándose aún el cuello. Ver a un hombre tan recio llorar a moco tendido no era común: se notaba que no lo había pasado bien.
En cuanto ambos personajes salieron del recinto, Clara Sandra salió de un rincón y se acercó a abrazar a Carlos J.
– ¡Mi vida, que valiente fuiste! ¡Afortunadamente todo salió bien! ¡Te amo!
– Y yo a ti… pero me urge un baño. Con permiso…
Y corrió a orinar. Al descargar su vejiga, también sintió un profundo alivio del miedo que había sentido.
– Bueno, sí… Todo salió bien. Me pregunto si en la vida real también podré lograrlo. Porque cuando uno puede controlar todo, como en este sueño, es muy fácil, pero…

***

Carlos J. llegó al restaurante dónde había conocido al Amo del Sureste casi un mes antes. Tomó otra vez el lugar en su mesa. Llevaba el portafolios a su lado. Iba vestido de blanco, como en el sueño. Clara Sandra le había acompañado, pero se quedó en una mesa del fondo. Al poco tiempo, entró el Mapache Cucho.
– Veo que has llegado. Eso está bien. Sabía que vendrías. No te hemos dejado de seguir.
– Lo sé. Y no me preocupa.
– Bien, le diré al jefe que puede venir.
– Le espero con ansias.
Carlos nunca había fumado, pero este era un buen momento para empezar. Al menos, creía que sólo algo así podría calmarlo. Le pidió al mesero un cigarro, lo prendió y lo dejó en su boca. El humo le ahogaba, ya que él nunca había fumado. Pero era tal su nervio que no se atrevió a dejarlo en la mesa. Aspiró un par de veces, tosió otras dos. Se sentía ridículo y eso no lo calmaba. Puso el cigarro en el cenicero y aspiró el humo de lejos. La verdad es que tenía miedo, y se le notaba.
(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 12, “Causa y Efecto 2”. http://bit.ly/Liminal_CD22 )
Entró por la puerta el Amo del Sureste. Su paso hacía retumbar el suelo. Dos pasos atrás, por su derecha, caminaba el Mapache Cucho. Ambos tomaron asiento frente a Carlos.
– ¿Y bien, Señorito Carlos? ¿Qué novedades me tiene?
Carlos J. no pudo evitar fruncir la comisura de la boca. Le molestaba el mote de “señorito”. Pero no era algo como para pelear en ese momento… y menos contra ese peligroso contrincante. Se acordó de lo que había pasado en el sueño. Sabía que todo terminaría bien. Respiró hondo y empezó a hablar.
– No procedió su solicitud, señor.
– ¿Qué dices?
– Consulté con una autoridad superior en el caso, señor. Me dice que no procede su solicitud.
– ¡Déjate de tonterías! ¿A qué te refieres?
– No es posible hacer lo que usted pidió. Este don no puede volverse lucrativo.
– ¿Lucrativo? ¡Yo no quiero lucro, quiero mi ganancia y la quiero ahora!
– Lo lamento, señor. No procede su solicitud.
– Bien. Tú te lo buscaste. Mapache, tu turno. Hazlo sufrir.
– No lo recomiendo, señor.
– No te estoy pidiendo opinión. Mapache… Hazlo lento.
– Hay una opción satisfactoria para todos, señor. Déjeme explicarle.
– La única opción es que me des 10 veces lo que te entregué, y punto.
– Le insisto en que no procede su solicitud.
Dicho lo cual, el Mapache Cucho aventó su silla hacia atrás y encaró al Amo del Sureste.
– Señor, le he servido fiel y lealmente a lo largo de muchos años. Pero creo en este muchacho y en su don. Tiene razón. Si lo empieza a usar para el mal, nos puede dañar mucho a todos.
– ¿Qué dices, insensato?
– Lo que le he dicho, señor. Tomemos el dinero y vayámonos. No hay que jugar con esos dones.
– ¿Pero qué te pasa, imbécil?
– Señor… Yo me crié con los mayas. Sé lo que los chamanes pueden hacer. Si este joven tiene la mitad de los poderes que ellos tienen… yo no quiero pelearme con él.
– Pero… ¡No seas cobarde, esas son supersticiones!
– No señor, perdóneme pero yo no voy a involucrarme con esto.
Y, dando la media vuelta, el Mapache Cucho empezó a salir del local. Carlos J. estaba realmente sorprendido. Las cosas no pasaron así en su sueño
– ¡Nadie me abandona así, mentecato!
Y sacando una pistola, le disparó dos veces por la espalda a Mapache Cucho. Éste cayó herido de muerte, boca abajo.
Con gran esfuerzo, alcanzó a girar hasta quedar de frente hacia su agresor.
– Lo perdono, señor… No sabe lo que hace ni las peligrosas fuerzas que enfrenta. Este joven es más poderoso que usted y yo juntos. Huya, corra… Está en peligro. En profundo peligro.
El Amo del Sureste quedó perplejo. Nunca antes un moribundo le había perdonado, y menos cuándo caía víctima de su propia mano. Ahora sentía terror. De un rincón del local, salió Clara Sandra, vestida de blanco. El resplandor que caracterizaba al ángel estaba a su espalda, pero ambos estaban tan lejos de la mesa que no podía distinguirse cuál era la mujer y cuál el ángel. Además, para quien no lo conocía, era sólo una neblina luminosa bastante rara.
El Amo del Sureste empezó a entrar en pánico. Volteó a amenazar a Carlos J. con la pistola. Miró el portafolios sobre la mesa. Giró hasta apuntarle a Clara Sandra con la pistola. Los jóvenes estaban espantados, pero firmes. Apuntó nuevamente a Carlos J. y tomó el portafolios.
– Esto no se va quedar así. Me debes cinco millones y la vida de uno de mis mejores hombres. Y me lo vas a pagar todo, de un modo o de otro. ¡Todo!
Y sin dejar de apuntarles, salió del local con premura.
En el suelo quedó Mapache Cucho, muerto ya, en medio de un charco de sangre. Carlos J. y Clara Sandra se abrazaron, aliviados porque habían salido con bien de semejante trance. Los meseros, que como siempre que entraba el Amo del Sureste al local quedaban fuera de la vista de todos, se acercaron a ver al hombre muerto con miedo y a los jóvenes de blanco con curiosidad.

***

Cuando salieron del local, Javier los estaba esperando. Carlos J. y Clara Sandra estaban sorprendidos de verlo allí.
– ¿Javier? ¿Qué haces tú aquí?
– Vine a defender a Clara.
– ¿Cómo dices?
– Vi su sueño, amigos. La salida que pretendían no era correcta. Funcionó en su sueño, pero en la realidad no iba a ser tan fácil.
– ¿Qué viste qué…?
– Sí, yo también puedo entrar a los sueños de Clara Sandra y ver lo que pasará. Y noté que la salida que habían planeado no era adecuada. La violencia del Amo del Sureste no podía frenarse con buenos deseos. Requería algo más… fuerte.
– ¿Y tú que hiciste, aparte de esperarnos afuera?
– Entré a los sueños del ahora difunto ayudante de tu “inversionista”, y le hice creer que eras un chamán maya, tan poderoso como los que él había visto de niño. Estaba tan convencido de quién eres, que se atrevió a sacrificarse por defenderte y por redimirse de todo el mal que había hecho en su vida. Murió sabiéndose perdonado. Hizo algo noble, por fin, en su vida. Eso le dio paz y valor.
– ¿Por qué lo hiciste?
– Carlos J., Carlitos… a ratos pecas de ingenuo, mi hermano. El mundo tiene bien y tiene mal, y el mal y la vileza son más fáciles y seductores para la mayoría de los hombres. Decir que un poder superior señalaba que algo era incorrecto no bastaba para calmar a un monstruo de egoísmo que ha pasado toda su vida haciendo el mal. Los libros sagrados hablan en todas las tradiciones de las bendiciones que Dios hace a los hombres, y cómo, aún así, éstos prefieren la iniquidad al bien. En todas las culturas, en todos los tiempos. Y el futuro no es la excepción.
– Pero… ¿Cómo sabías?
– Ya te dije: vine a defender a Clara Sandra.
– Ella no estuvo en peligro; estaba resguardada y no sabían que estaba aquí.
– Sí lo está: vine a defenderla. De ti.

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