Capítulo 24

Carlos J. encaró a su amigo:

– A ver, a ver… ¿Por qué dices que vas a defender a mi novia… de mí?¿Crees que yo soy una amenaza para Clara Sandra?

– No es que lo crea: es que lo eres.

– Déjate de tonterías y pelea como los hombres…

– ¿Y dices que no eres un peligro? Mejor tómalo con calma y vamos a platicar.

– Platicar, platicar… eso es para los cobardes. ¡Pelea!

– Justamente a eso me refiero. Es justo lo que soñé que pretendías hacer: en lugar de encarar las cosas, imponer tu punto de vista. Pero como sabes, puedo ajustar también los sueños. Y, por lo visto, con más éxito que tú…

– ¡Eres un imbécil!

– Y tú un soberbio egoísta.

Clara Sandra estaba muy sorprendida tanto por la discusión como por el tono de la misma. Jamás había visto a los amigos pelear de esa manera.

– Por favor, cálmense.

– ¡Tú no te metas, mujer, que esto es por tu culpa! – bramó Carlos J.

– Oye, tranquilo. Yo nada tuve que ver en esto…

– Seguro que sí. Tú le has de haber dicho a este mequetrefe que…

– ¿Qué eres un patán cuando te lo propones? No, no me lo ha dicho. Ya lo había notado.

– No te metas en la pelea, esto no es contigo… Es con este metiche.

– ¿Que yo no me meta y él es el metiche? Ya, olvídalo… No hay nada que aclarar.

– ¡Ya empezaste con tus niñerías, otra vez! ¡Así no se puede!

– Yo soy la que no puede contigo… Déjame en paz.

– Si eso quieres…

Y Carlos J. se fue mentando madres y lanzando golpes al aire.

Clara Sandra empezó a sollozar…

– No es justo, no es justo que haga esto… No de nuevo… ¡Es tan inmaduro!

Javier se acercó a ella.

– Entiéndelo, está descontrolado.

– ¿Descontrolado por qué?

– Él pensó que juntos podrían lograr grandes cosas. Con tu capacidad de ver el futuro y su capacidad de manipular tus sueños, pensó que no habría límite.

– Y tú, ¿qué haces aquí?

– Yo también puedo entrar a tus sueños. La diferencia es que yo te respeto mucho, y por eso no los manipulo. Ni te había dicho tampoco, porque debe ser muy difícil vivir lo que tú vives como para que, encima, todos te estén preguntando cosas.

– No lo entiendo…

– No tienes nada qué entender. Lo que nos está pasando es algo normal para todos los seres humanos. La diferencia es que nosotros somos conscientes de ello y lo hacemos a voluntad. Desde que leímos el año pasado el libro de Howard Fast…

– ¿Los primeros hombres?

– Sí, ese… Desde que lo leímos nos ha quedado claro a todos Los Jotas que eso es algo que todos podemos desarrollar, de alguna forma. Y cada uno por su parte ha ido descubriendo algunas capacidades al respecto. Pues bien, Carlos y yo podíamos, entre otras cosas, entrar a tus sueños.

– Él es mi novio… ¿Tú, por qué lo harías?

– Me preocupas. He visto que no sabías mucho del tema. Y vi que él, egoísta como es, te estaba manipulando. Debía respetarte. Pero cuando vi su cambio hace un mes, en este lugar…

– ¿Es cuando le dieron el portafolios?

– Sí, se negó a hablar del tema. Pero no tenía idea de que yo también podía entrar en su mente. Y vi lo que quería hacer.

– Dímelo, por favor.

– Creo que ya lo sabes.

– No quiero suposiciones, quiero certezas.

– No sé si debas saberlo… Puede ser muy doloroso para ti.

– Prefiero ser herida por la verdad que engañada por siempre. Dímelo por favor.

– Está bien. Carlos J. pretendía utilizar tus sueños para hacer inversiones muy lucrativas. Adivinar las acciones que subirían en la Bolsa de Valores. Conocer el número ganador de la Lotería. Descubrir qué se pondría de moda y comprar todo antes de tiempo.

– ¿Como lo hizo Tales de Mileto?

– Sí, como lo hizo Tales de Mileto. Veo que esa historia sí la conoces…

– Algo. Cuando vio que se aproximaba una cosecha inusualmente alta de olivas…

– … compró o alquiló todos los molinos que pudo. Exactamente. Algo así pretendía hacer tu novio.

– ¡Qué decepción!

– Sí; y me di cuenta de algo el día que fuimos al centro, cuando vimos el libro del “líder cassandrico”.

– No me dijo nada.

– No, no quiso decirte. Comentamos mucho del tema, hasta que le entró una llamada a su teléfono celular. Ni siquiera sabíamos que tenía uno…

– Ni a mí me dijo. Me enteré en una noche muy extraña.

– En fin. El libro decía que hay visiones que requerían un médium y el ambiente adecuado. Y yo tengo una hipótesis.

– ¿Cuál es tu hipótesis?

– Tú eres sólo un médium. La verdad es que quien es líder cassandrico es Carlos Jeremías.

– No lo entiendo.

– Los nombres son esencias de las personas. Él tiene el nombre del profeta. Él es quien tiene por esencia ver el futuro, y manipularlo. Tú… tú sólo eres su herramienta.

– ¡No es cierto! Eso me ha pasado desde hace mucho. Desde que era niña…

– Sí, es posible. Porque no es un don que se le da a una persona. Eso es algo que corre por las familias. Por eso entre los hebreos sólo podían ser sacerdotes los de la tribu de Levy, los Cohen, porque por ellos corría el don. Algo parecido debe ser en tu caso.

– Sigo sin entender por qué pudiste hacerlo tú también…

– Deberías intuirlo. Tiene que ver con mi primer nombre.

***

Carlos J. iba refunfuñando por la calle. No sólo había perdido medio millón de pesos, se había peleado con su amigo y había reñido con su novia.

– ¡Cómo es posible! Pero que se han creído… ¡Par de estúpidos! Van a echar a perder todo… Se pasan… Es que no entienden… Yo lo hacía por el bienestar de ella, y el mío… Es por el bien de todos… No entiendo, de verdad, no entiendo… Ya tenía todo bajo control…

– El problema es que encendiste el cigarro y lo fumaste…

– No, ese no fue el problema… Espera…

Carlos J. oía claramente una voz que se dirigía a él a sus espaldas, pero no podía notar quién le hablaba.

– El problema es que fumaste el cigarro. Con eso, abriste otro futuro alterno, diferente al que habías soñado.

– ¿Pero quién dice eso?

– No voltees. No puedes verme, pero estoy contigo ahora y siempre.

– ¿Qué dices…?

– Sí… en el momento en que fumaste ese cigarro, en lugar de dejarlo prendido sobre la mesa, desencadenaste un futuro alterno, diferente a lo que habían preparado Clara Sandra y tú.

– ¿Pero cómo puede algo tan pequeño hacer cambios tan grandes…?

– Así pasa. Al momento de aceptar fumar, aceptaste hacerle daño a tu salud y a tu cuerpo. Por eso, en lugar de convencer al Amo del Sureste de irse en paz, convenciste al Mapache Cucho de que eras un chamán.

– ¿Cómo dices?¿Por un maldito cigarro?

– En efecto… El recuerdo que tenía Mapache Cucho de un chamán fue una vez que se enfermó, y su madre lo llevó a curar. El médico de su etnia fumó una hierba y le dio a él del cigarro, con eso se curó. Al verte fumar, se activó el recuerdo de su infancia, pensó que eras un chamán poderoso. Eso, junto con el futuro alterno que le indujo Javier. Por eso…

– ¡No me nombres a ese desgraciado!

– No, Carlos, no es culpa de él.

– ¡No quieras defenderlo! ¡Él es el responsable de todo lo que me está pasando!

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 13, “Correspondencia”. http://bit.ly/Liminal_CD13 )

Y molesto, Carlos J. volteó con ánimo de ver quien le hablaba. Frente a él, paralizado por la sorpresa, estaba su ángel de la guarda, Jeliel.

– ¡No debes verme, no debes verme, voltéate ya!¡Está prohibido que me veas! – dijo eso, mientras trataba de taparse la cara con las manos.

– ¡No lo haré, quiero explicaciones y las quiero ahora!

– No, por favor, ya no me veas… Es contra las reglas, es muy grave…

– ¡Qué reglas ni qué ocho cuartos! ¡Habla ahora!¿Qué sabes tú y qué haces aquí?

– No puedo, no puedo… No sabes lo que estás haciendo… es muy grave… – Y seguía tratando de ocultar su rostro.

– ¡Habla ahora, te lo ordeno!¡Habla!

– Soy Jeliel, el serafín responsable de evitar los conflictos. Ayudo al Arcángel San Rafael a cuidar a la familia de Clara Sandra desde hace varias generaciones. Y también soy tu ángel de la guarda… Es la primera vez que estoy a cargo de una pareja. Y de una pareja tan importante. Ustedes dos deben abrir una nueva época para la humanidad, pero primero tenían que conocerse y descubrir mutuamente esa misión… Yo ayudé a que eso pasara más rápido… Y ahora… ahora… ahora lo hemos arruinado todo. ¡Todo es mi culpa!¡Cómo pude fallar así! ¡Mi impaciencia complicó todo! Debí esperar a que las cosas se dieran poco a poco, como tenían que darse, aunque tardaran muchos años. ¡Pronto, tenemos que recuperar a Clara Sandra! ¡Vamos!

Carlos lo veía, incrédulo. Y entonces comprendió todo lo que había pasado: cómo la conoció, cómo salieron la primera vez, cómo se hicieron novios, cómo podían hablarse telepáticamente… Entendió todo. Y sabía lo que debía hacer de ahora en adelante. A final de cuentas, no todos podemos conocer el futuro, narrado directamente por nuestro ángel de la guarda.

En la esquina de la avenida en que se encontraban, un taxi y un auto deportivo, que venían jugando carreras, no pudieron evitar una ambulancia que, con la sirena abierta, cruzaba por la calle transversal a toda velocidad. El taxi golpeó la parte de atrás de la ambulancia, que perdió el control y empujó a su vez la parte de atrás del auto. Éste derrapó con un trompo, y terminó prensando a Carlos Jeremías, primero contra un poste y después bajo su techo. El auto quedó de cabeza, con el joven debajo de él, instantáneamente muerto.

– ¡Noooooooooooooooo! ¡Así no!¡Así no, por piedad, así no…!

El grito de Jeliel se pudo escuchar por todos los que estaban cerca, acallado sólo por la explosión del taxi. Los testigos jurarían que había un hombre junto al poste, entre las llamas, del que después no encontraron rastro alguno.

+++—————————————————-+++

         Lee el capítulo siguiente (25) aquí.

        Lee el capítulo anterior (23) aquí.

         Encuentra los otros capítulos aquí.

         La novela completa a la venta en Amazon

         Suscríbete y recibe un capítulo cada semana

+++—————————————————-+++

Etiquetado con: , ,