Capítulo 5

– ¡Pero qué tipo tan extraño! Mira que estar parado como si nada en plena calle… perdido en las nubes. Es que sí que estaba en las nubes. Bueno, tampoco es que yo estuviera muy concentrada o hubiera podido esquivar ese pequeño estorbo a media banqueta… Aunque la verdad me vio de una manera… sorprendente. Creo que nadie me había mirado así. No podría decir por qué, pero…

La verdad es que Clara Sandra se había olvidado del libro que llevaba en una mano. Tras el choque con aquel muchacho, recogió su libro y siguió avanzando. Rápidamente salió de su alcance visual al meterse por una de las pequeñas calles que convergían en el parque.

¿Por qué estaría así? ¿En qué estaba pensando? ¡De seguro estaba drogado! No es normal que una persona sana esté parada en la calle como si nada… Sí, seguro era eso… Pero qué raro, no parecía alguien que esté abandonado a su suerte.

Clara caminó unas cuadras meditando un poco más lo que le había pasado. Al cruzar una de las calles casi la atropellan; si bien era una calle secundaria venía tan distraída que no notó que tenía el alto en el semáforo. Afortunadamente el conductor estaba más atento a conducir que ella al caminar y logró frenar y tocar el claxon a la vez.

– ¡Fíjate, chamaca babosa! le gritó al tiempo que completaba su vuelta. Curiosamente, por ir riñendo con la peatona, no vio un carro estacionado en la calle a la que se incorporaba y terminó chocándolo. Nada grave, pero sí lo suficiente para tener que perder el tiempo peleándose.

– ¿Por qué no se fija, señor?

– Yo me venía fijando, pero esa chamaca babosa…

– Culpe a la niña, pero quien me chocó fue usted y…

Clara no escuchó más de la discusión: una vez que había quedado fuera de la presunta culpabilidad, dejó de interesarle el tema y volvió a sus pensamientos.

Tal vez estoy siendo muy severa con él… tal vez sólo era un hombre sensible viendo el atardecer tan hermoso de este sábado. Tal vez por eso estaba concentrado en el paisaje. Sí, eso debe ser… pero si eso fuera cierto, es un tipo mucho menos común de lo que parecía a simple vista. ¿Un hombre sensible? ¿Y tan joven? No sé, tal vez me equivoque, pero parecía un buen tipo…

Llegó a la puerta de su casa y abrió el bolso en lo que sacaba las llaves. El viejo elevador del vetusto edificio estaba, nuevamente, fuera de servicio. Es increíble que no hayan podido repararlo; pero la verdad es que todos los vecinos tenían algún tipo de problema financiero, grave o terrible, por lo que entendía que el mantenimiento no era fácil. Eso y que las piezas eran tan obsoletas que casi debían fabricarlas a mano, lo que era lento y costoso. En fin, debería subir varios pisos a pie en esas escaleras complicadas: los escalones de las esquinas son tan pequeños en uno de sus bordes y tan grandes en el otro, que sólo se pueden subir por en medio y eso con mucho cuidado. Una persona a la vez.

Sí, puede ser que sea un hombre sensible. ¡Y qué casualidad que me lo haya encontrado yo! Pero… No importa. No sé cómo se llama, ni dónde vive, ni qué hacía por aquí. Tal vez es demasiado bueno para mí. No, no debo ilusionarme: siempre me va mal en el amor, o no me pelan o acaban dejándome más pronto que tarde.

Abrió su puerta y dejó sus llaves en la consola. Fue hacia la cocina y se sirvió un vaso de agua. Dejó el libro sobre la pequeña barra del desayunador. No había nadie en la casa en ese momento.

Y lo peor es cuándo se enteran de mi secreto. Es muy difícil saber lo que va a pasar… Aunque es curioso que a éste muchacho no lo soñé. Bueno, seguro es porque ni lo conocía, pero…

Notó Clara que su libro estaba bastante más dañado de lo que recordaba.

¡Caray! Pero mira cómo quedó mi librito… A mí que me gusta cuidarlos tanto, y las esquinas ya se rompieron. No es posible… Si fue una caída bastante pequeña.

Abrió el libro y vio que no estaba su marcador.

Por si fuera poco, perdí el marcador que me regaló mi papá. Espero que no se dé cuenta que ya no lo tengo. Es el que me trajo de la Feria del Libro. Se va a enojar si ve que lo perdí.

Puso el libro nuevamente en el desayunador, y lo abrió en la primera página. No estaba su ex libris.

¡En la torre! Este no es mi libro… ¿Y ahora?

***

Carlos J. llegó el siguiente lunes a la escuela, todavía consternado de lo que le había pasado el sábado. Esa mirada seguía clavada en su mente de una manera imposible de olvidar.

– ¿Pero qué te pasa, amiguito? ¡Andas ido! ¡Mira que no darte cuenta que estoy a tu lado! Anda, no seas malo y salúdame.

Mónica le plantó tremendo beso en la comisura de los labios. Para ser sólo una amiga, se tomaba demasiadas confianzas. Y más porque Carlos J. no le correspondía ni siquiera las atenciones. Sí, la mujer era atractiva e impulsiva, pero si de por sí Carlos J. no tenía interés en tener novia, tras su pequeño choque sabatino le importaba aún menos.

– Hola Moni. Te pediré que no vuelvas a hacer eso, se puede molestar mi novia.

– ¡¡Mira mira!! Ahora resulta que tienes nueva novia. ¿Y desde cuándo, que te lo tenías tan calladito? Creo que lo estás inventando sólo para darme celos…

Afortunadamente para Carlos J., Juan Andrés y Javier se incorporaron a la plática.

– Hey, Moni, qué onda… ¿Ya estás molestando a Charly?

– Pues no creo que lo moleste, si nada más lo estaba saludando. Pero parece que ya no le importa nada; ni siquiera me quiere ver…

– No lo culpo. Digo, eres guapa y linda y todo eso, pero… bueno, si me hicieras caso a mí, te lo creo. Es que Carlos J. tiene otro enfoque… Le gustan las mujeres ¿cómo te lo digo? Mmm… Déjame pensarlo. Sí, le gustan las mujeres más discretas…

– Y tú sí sabes cómo tratar a una dama, ¿No, baboso? Ahí se ven…

Mónica se alejó con ese dejo de molestia que no podía ocultarse. No le gustó que la interrumpieran, pero menos le agradó la noticia de la nueva novia de Carlos J. Noticia que sus amigos alcanzaron a oír de rebote al acercarse, y que era parte de su motivo para rescatarlo de manos de… ella.

– Así que tienes novia, ¿eh? Nomás te deja uno un rato un sábado y mira lo que haces…

– No, no es eso. Es una muchacha que me encontré en el parque el otro día y todo fue tan rápido que…

– Si güey, tan rápido que ni sabes su nombre pero ya estás profundamente enamorado, ¿verdad, estúpido?

– No. Te equivocas. No estoy enamorado. O tal vez si. Pero lo que sí te puedo decir es que no me dijo su nombre pero sé que se llama Clara Sandra.

-Ay ay ay… ahora hasta puedes leer la mente. ¡Cálmate! Y por cierto, córrele que ya sonó el timbre y ahí viene tu profe consentido…

Los tres entraron al salón en dónde ya estaba su otro compañero. Los cuatro Jotas estaban nuevamente juntos, repasando una lección que les interesaba menos de lo que parecía a simple vista.

***

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 4, “Polaridad”. http://bit.ly/Liminal_CD04 )

Clara Sandra tomó el libro de aquel extraño entre sus manos. Le llamó la atención que estuviera leyendo el mismo libro que ella, y más porque era un texto viejito, que ya había salido de mercado hace mucho.

– ¿Quién eres y por qué me llamaste tanto la atención… Carlos?

Ella misma se sorprendió de haber pensado en ese nombre. No estaba segura que así se llamara el dueño del texto, pero fue el primer nombre que se le vino a la mente y le sonó correcto.

Escuchó como si le contestaran:

– Me pregunto algo similar… ¿Por qué me llamaste tanto la atención… Clara Sandra. Porque ¿Sí te llamas Clara Sandra, no?

Primero se turbó con la claridad de la respuesta. Después pensó que era su imaginación. Puso cara de resignación y pensó Estoy imaginándolo todo. No puede ser.

En otra parte de la ciudad, Carlos J. había abierto el mismo libro en la página en la que estaba el marcador y trató de pensar en Clara Sandra. Su sorpresa fue cuando pensó que ella pensaba lo que le estaba diciendo.

La verdad es que habían logrado una conexión telepática inmediata. Acaso el libro les servía como si fuera un teléfono. No hay casualidades, sino causalidades dicen por allí. No tenían la certeza de ello, pero les estaba pasando.

Carlos J. seguía acostado en su cama. Sus amigos Los Jotas fueron a buscarlo para ir a andar en patineta, pero se disculpó. La verdad es que llevaba una semana pensando en la mirada de aquella extraña.

Junto a la cabecera de la cama, sin que él se percatara, la extraña niebla de las otras ocasiones empezaba a formarse. Si alguien la hubiera visto detenidamente habría notado cómo se formaba una ligera sonrisa. Pero no era el caso. Nadie la veía.

La novela intercambiada entre ellos parecía ejercer de puente entre los dos. Es eso o padecían una alucinación compartida. Pero ambos se escuchaban en sus mentes cual si estuvieran platicando frente a frente.

– Pues sí, soy Clara Sandra. Me gustaría saber cómo te enteraste de mi nombre, si no te lo dije…

– Un mago nunca revela sus secretos… aunque creo que si piensas un poco, es obvio.

– ¿Si pienso un poco? ¡Nunca me habían insultado de esta forma! ¡Y menos por telepatía…!

– ¿Así que esto es telepatía? Pues no, no duele. Ni es tan complicado. Hola, dueña del libro que tengo en mis manos…

– ¡Es cierto! Está mi nombre en la primera página…

– Si, eres muy joven para tener un ex libris, eso es cosa de viejitos ¿No crees?

Carlos J. dejó por un momento el libro sobre la cama. La comunicación cesó. Dejó de escucharla súbitamente.

– Hey, ¿por qué te callas? ¿Te ofendí nuevamente…? ¡hey!

No hubo respuesta. Pensó que había dicho algo incorrecto. Pero Clara Sandra estaba también sorprendida por su lado: no le contestaba.

– Carlos J…. ¿Estás allí? ¿Me escuchas?

Pero nada ocurría. No había comunicación. Carlos J. se dio cuenta que el hilo de pensamientos compartidos cesó cuándo soltó el libro.

– ¿Será por esta cosa? Pensó y lo tomó nuevamente. ¿Estás allí?

Desde su rincón de la cama, el ángel volvió más amplia su sonrisa: el muchacho no era tan tonto como podrían pensar algunos.

– Sí, creo que te escucho nuevamente, amigo… Aquí estoy.

– Pues sí que es sorprendente. Bajé el libro y se “cortó” nuestra llamada mental. ¿Será acaso lo que nos une?

– No lo sé y no lo creo. Supongo que es como una lente, que te ayuda a pensar más en mí. O bueno, a pensar algo en mí, ya que no me conoces y yo a ti tampoco.

– Lo cierto es que nunca me había pasado algo así. Con nadie. Ni siquiera con mi mamá o mi hermana…

– O sea que tienes mamitis, como buen hombre… Y yo que pensaba que eras diferente. – Clara Sandra se rió con la sola idea.

– ¡Hey, no pienses eso! Recuerda que puedo oír tus pensamientos. Todos tus pensamientos.

Clara Sandra se ofendió con ese comentario y aventó el libro a un rincón de su cuarto. La comunicación cesó de nuevo.

Carlos J. se quedó sorprendido. Lo había logrado nuevamente: había hecho enojar a la mujer con la que podía telepatearse. Nada mal, para tener menos de diez minutos de “hablar” con ella, así sea de esta forma tan novedosa.

Clara Sandra, por su parte, tenía una interesante mezcla de emociones: le molestaban, mucho, las actitudes de ese mozalbete: en cosa de nada, ya le había dicho anticuada, viejita y que le dominaba. Pero, por otra parte… se lo había dicho tan sólo pensándolo. No lo conocía en persona. Nunca lo había visto más que durante el breve choque en el parque. Y sabía cómo se llamaba y qué estaba leyendo. Mejor aún: podía comunicarse telepáticamente con él. Esto era sorprendente.

Clara Sandra recordó que, según algunas tradiciones milenarias, las personas venimos al mundo en parejas, y una de nuestras principales tareas -además de la misión propia de nuestras vidas- es encontrar esa “otra mitad”. La gran mayoría jamás lo logran. O como dice un amigo de ella, “mi papá conoció a la mujer de su vida… era una de las invitadas a su boda con mi mamá. Está esperando a enviudar para cortejarla…”.

Clara Sandra tomó nuevamente el libro en sus manos. Está bien, tratemos algo: si de verdad me estás escuchando, quiero que vengas el sábado en la noche a mi casa, vestido de traje. Tú sabrás cuál es. Iremos a una Fiesta de Quince Años de una hija de un conocido de mi papá. Diré que eres un compañero de la escuela. ¿Está claro? NO llegues tarde. Saldremos a las 7:30.

No esperó respuesta: dejó el libro sobre su buró y se durmió súbitamente, como si le hubieran movido un interruptor. Carlos J., por su parte, estaba sorprendido. ¿Era verdad eso? ¿Cómo llegaría a la casa? ¿Qué le diría a sus padres? El ángel, por su parte, se desvaneció al tiempo que vio al joven con esa extraña certeza. ¡Lo haré!

***

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 5, “Vibración”. http://bit.ly/Liminal_CD05 )

El siguiente sábado a las siete en punto, Carlos J. estaba nuevamente en el parque. Dado que no sabía más detalles de esta mujer, pensaba que era una locura. Convenció a sus papás de que iría con Los Jotas a una reunión de la escuela y le dieron permiso; les sorprendió que se pusiera su único traje pero no quisieron mortificarlo más. También declinó que lo llevaran, alegando que los papás de Juan Andrés se encargarían de llevarlos y traerlos. Como la casa de Juan no estaba lejos, lo dejaron ir sin más señalamiento.

Parado en el parque, empezó a observar en todas direcciones. Su primera intuición fue caminar en la misma dirección que siguió ella: de frente, a la derecha en el borde del parque, a la izquierda en la primera calle. Era una calle relativamente pequeña. Siguió por ella una cuadras, y topó con una avenida con camellón. Caminó hacia la derecha hasta encontrar una glorieta. Primera duda. Cerró los ojos. Pensó para dónde iría. Trató de seguir hacia la izquierda, pero algo le hizo sentir que no era correcto. Tras caminar una cuadra, regresó a la glorieta.  Sacó el libro que llevaba en el bolsillo.

– ¡Hola! ¿Puedes escucharme?  – No hubo respuesta.

Nuevamente cerró los ojos. Regresó sobre sus pasos, girando a su izquierda; continuando en su dirección original. Avanzó un par de cuadras y encontró una fuente. Se volvió a detener, y volteó a la derecha. Había un edificio de departamentos, de unos diez pisos y unas tres décadas de construido. Se acercó a la puerta. Veinte timbres estaban ante él. Eran las 7:25.

Nuevamente tomó el libro. Bueno, señorita Clara Sandra, creo que ya estoy fuera de su casa. ¿Sería usted tan amable de decirme en cuál timbre debo tocar?

En el centro de la fuente, se formó una extraña niebla. Extraña para quien no la conoce. Nosotros sabemos que era, nuevamente, su ángel de la guarda. Carlos J., de espalda a la pequeña plazoleta, no la vio. Pero una niña que paseaba a un perro junto con su madre si la notó.

Mami… ese señor está parado en el agua y me sonrió.

– No hijita, no hay ningún señor en el agua…

– Sí mami, y me está sonriendo.

– No amor, no hay nada allí. Estás viendo el rocío de la fuente, mi vida.

El perro, menos prejuicioso que la madre -o más perceptivo- le ladró a la extraña niebla. Cuatro veces para ser exactos.

– Es el cuatro pensó Carlos J. Dudó si se lo había dicho su amiga, o se le había ocurrido. Pero tocó ese timbre.

– ¿Quién es…? Se medio escuchaba en el antiguo interfono.

– ¿Está Clara Sandra? Soy Carlos J., su compañero de la escuela y vine para ir con ella a la…

– Ahora bajamos, espere allí o vaya al estacionamiento que está hacia la derecha.

Y con el mismo tipo de crujido, se cortó la comunicación del aparato. Carlos J. estaba sorprendido: Había llegado, a tiempo. Volteó hacia la plaza y podría jurar que veía cómo se hundía una persona en la fuente… dejando una ligera salpicada atípica. Pero ya no pensó en ello. Había llegado a tiempo. Y sin saber cómo.

El viaje a la fiesta fue algo incómodo. Carlos J. no trató de hacer mucha plática a Sandra, porque sería muy obvio que nunca la había visto antes. El papá no estaba muy contento de llevar a ese mocoso a algo tan importante para él, y la mamá trataba de hacer plática, pero no demasiada: no quería importunar a su hija que, dicho sea de paso, se veía bastante guapa junto a aquel pequeño galán.

La verdad es que durante la fiesta poco más pudieron hablar. Pero al momento de que concluyó el vals y se abrió la pista a los invitados, Clara Sandra tomó de la mano a Carlos J. y le dijo: Ven, bailemos. Él, que no lo había hecho más que un par de veces con alguna prima en fiestas familiares, aceptó a regañadientes. No quería quedarse mucho más en la mesa.

La pareja bailó majestuosamente. Si bien nunca habían tenido oportunidad de practicarlo, se acoplaron muy bien. Con vuelta y giro, sin pasos muy complicados pero sí muy amplios, poco a poco les fueron dejando la pista para ellos solos. Curiosamente, los demás no se fueron a sentar, sino que hicieron un círculo en torno a la pareja. Pero ellos, perdidos uno en la mirada del otro, no se percataron de eso hasta que, al terminar la música, una súbita ovación los sacó de su ensimismamiento. Entonces Carlos J. se puso colorado colorado, llevó a Clara a su mesa y corrió al baño. Casi nadie notó que, entre la niebla de la máquina de efectos especiales, podía verse un rostro que sonreía ampliamente. El ángel estaba cumpliendo su tarea a la perfección, con poca intervención directa.

Pero… pero… ¿Qué fue eso? No puedo creerlo. Si yo no bailo…

El resto de la velada fue bastante más agradable para todos: amigos y familiares de los papás de Clara se acercaron a felicitar a la pareja de jóvenes, y todos coincidían en que formaban un hermoso dueto. Carlos J. se sentía un tanto incómodo -la verdad es que no conocía a esa muchacha, pero sentía que sí desde hacía mucho- y Clara no dejaba de sonreír, particularmente con las muestras de aprobación de su padre hacia su amigo.

Regresaron hacia las dos de la mañana a casa de Clara Sandra. Carlos J. no aceptó que lo llevaran a su casa, porque no quería causar muchas molestias, dijo. Prometió que le avisaría a ella cuando llegara a casa. Se fue caminando los casi dos kilómetros de distancia, casi como si flotara. Sí, estaba enamorado. Y sí, una niebla densa flotaba detrás de él, cuidándolo durante el camino. Al llegar a su cama y cambiarse, tomó el libro del bolsillo de su traje, lo tomó entre sus manos y pensó:

Amor, llegué con bien a casa.

– Que bueno, mi vida. Gracias por esta noche maravillosa. Descansa, que ya me voy a dormir.

– Gracias amor. Descansa tú también.

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