Capítulo 7

Han pasado varios días desde la charla en el parque, y aunque Carlos J. le insistió a Clara que todo estaría muy bien y que no tenía de qué preocuparse, no la dejó del todo tranquila.

Por un lado, dudaba si él entendía las implicaciones del hecho de que ella pudiera soñar cosas que ocurrían, particularmente si eran malas. Por otro, tenía que confiar en alguien, y ¿quién mejor que su novio?

Para la gran mayoría de las personas, el que el futuro sea incierto es un gran alivio: si supieras que hoy chocarás, o que te morderá un perro, o que te darán una noticia grave en la oficina, ciertamente actuarías de otra forma. La anticipación de algo, bueno o malo, puede ser mucho más desgastante y estresante que el hecho en sí mismo. Y quien lo dude, basta con ver a un niño pequeño esperando algo, sea ir a la tienda por un dulce o la llegada de Santa Claus: todo es nervio y presión.

Para otros, los menos, esa incertidumbre tampoco puede manejarse adecuadamente sin algo más de información. Y entonces recurren a cualquier fuente, sea los analistas de las casas de bolsa o los horóscopos, que para el caso son igual de precisos. Si la luna está retrógrada en Cáncer puede suceder que todo lo vinculado al agua tenga un desorden, logrando lo mismo inundaciones terribles, subidas en las empresas fabricantes de tubos o que te orines de risa en los pantalones. No importa, todos reciben la misma influencia celestial, según afirman.

Pretender construir el futuro con base en información especial o que nadie más tiene es una aspiración de los menos. A veces, esa inspiración tiene una base real: por ejemplo, a Tales de Mileto le acusaban de perder el tiempo por dedicarse a filosofar y pensar. Pero Tales observó que habría una cosecha extraordinariamente alta de olivas, y que por tanto en la época de la cosecha se requerirían prensas. Así que se hizo de todas las prensas que pudo comprar, rentar o conseguir prestadas. Para cuando llegó la cosecha, era el único que tenía prensas disponibles en Mileto y Quilos y se hizo de una gran fortuna. Dijo a sus críticos que estaba demostrado que, si se lo proponía, podía generar una fortuna… pero que eso no le interesaba. Así que volvió a dedicarse a la Filosofía y la astronomía, ahora con un buen colchón de dinero. Esa historia nos muestra cómo conocer el futuro puede ser, entre otras cosas, muy lucrativo.

Pero así como Tales de Mileto se anticipó a una gran cosecha -cosa que todos podían ver pero pocos como él lograron observar y actuar en consecuencia-, los secretos de la naturaleza están disponibles para quienes la observan con cuidado. Eso no es precisamente una capacidad de ver el futuro, sino de anticipar las consecuencias de las cosas. Y si bien no es algo común, todos tenemos esa facultad. Lo de Clara Sandra es otro tipo de don.

Pero también está el hecho de la confianza. La confianza no es algo que se gana: es algo que se pierde. Toda relación inicia con un poco de confianza. Puede ser muy pequeña o muy grande. Hay quien dice que se va acrecentando con el paso del tiempo. Pero también tenemos a quienes sostienen que es al revés, que se va perdiendo. Con cada error o traición, queda menos de ella. Y algunos pueden costar muy caro: perder mucha confianza de golpe. Así pasa cuando sucede.

Por ello, para Clara Sandra no era fácil haber confiado su secreto. Pero tenía que hacerlo, y solo le quedaba esperar a que su novio fuera digno de esa confianza. Y si bien lo creía totalmente, empezaba a tener algunas dudas por allí. Sobre todo porque cuándo el trataba de darle certeza, no lo lograba. Algo lo hacía poco creíble.

De cualquier manera, el trato cotidiano los iba haciendo cada vez más integrados. Decidieron que no era buena idea devolverse los libros, sino quedarse con el texto del otro. Esto porque no estaban seguros si eso funcionaba como “antena” para sus charlas telepáticas, o como un mero símbolo de su relación. Después de todo, le costó trabajo a Clara tener un texto bastante más maltratado que el suyo, y sólo pidió de vuelta el separador que su papá le había regalado.

Y si bien ya habían intercambiado teléfonos y de cuando en cuando se llamaban, la verdad es que las noches podían conectarse un rato cada vez. Eso sí, ninguno podía entrar a la mente del otro sin el acuerdo del receptor, y en sus intentos de experimentos se percataron que funcionaba cuando tenían el libro en sus manos.

Hay quien dice que las letras son símbolos y que su valor simbólico es también numérico y energético. Por ello la frase bíblica que dice que “perecerá quien cambie aunque sea una iota de este libro” tiene sentido. Tal vez alguna de las páginas en el texto tenía esa función. O tal vez como su ejemplar era un objeto sumamente valioso para cada uno de ellos, fungía como un punto de concentración adecuado. Jóvenes al fin, no les llamó la atención realizar experimentos para ver en qué condiciones se lograba la conexión. Simplemente, mientras funcionaba, la usaban sin importar mucho cómo es que ocurría el fenómeno.

Carlos J. aprovechó la oportunidad de tener el impulso que implicaba tener novia para apurarse aún más en sus estudios y todas sus actividades extra curriculares. Eso por supuesto respetando un buen tiempo en las tardes para hablar con su novia y otro bloque en las noches para pensar en conjunto con ella. Pero sus amigos lo empezaban a notar harto cambiado.

– Miren nada más… ahí viene el mayor mandilón de este grupo. Antes era nuestro macho alfa mayor; ahora no llega ni a borreguito omega le riñó Manuel José.

– Mira mano, que tú no tengas ni perro que te ladre no es mi culpa, así que bájale a tu escándalo…

– ¡Ah, qué bien friegan! – terció Juan Andrés. Desde que éste estrenó novia, nos tiene muy abandonados, eso es cierto; pero forzándolo a que nos quiera, sólo lo van a alejar. Ya dejen de fastidiarlo.

– Dejaré de fregarlo cuando deje a “esa vieja” y regrese con sus cuates.

– No estés molestando; de entrada, es una señorita, no “esa vieja”.

– Mta. Mira cómo te ha sorbido el seso…

Javier se metió entre ambos, evitando que llegaran a los golpes.

– A ver, bájenle los dos. No es posible que estén en ese plan de gallitos de pelea. Por favor, compórtense.

– ¡Ay, sí, “pod favod compoltense” dijeron ambos al unísono, arremedando al pacificador.

– Bueno, ya; hagan lo que se les pegue la gana. A mí ya no me meten en sus peleas de kinder…

Carlos J. decidió tomar una pausa y alejarse un par de pasos. Dudaba si explicarle a sus amigos que no sólo era su novia, sino que tenía con ella una conexión bastante especial. Pero decidió que no debía comentarles: si a él mismo la parte de que Clara Sandra insistiera en que sus sueños podían hacerse realidad le parecía lo mismo una mezcla de increíble con poco probable, menos querría explicarle a sus amigos, casi hermanos, la naturaleza de su vínculo telepático. Decidió callarse esa parte, pero no dejar de presumir los hechos.

– Sí, mis amigos, la verdad es que los tengo muy abandonados. Pero es que la escuela me tiene muy correteado. A ustedes les consta. Y lo cierto es que Clara Sandra es una mujer muy especial…

– Tan especial que tienes que usar su nombre completo ¿no? Eso me suena a falta de confianza. El mordaz comentario de Javier no le gustó a Carlos J., pero notó que algo había de cierto. Avanzaron una cuadra en total silencio, mismo que Carlos J., pensando ya en su respuesta, decidió romper:

Lo que sucede es que Clara… ejem, mi novia, es una mujer sumamente especial. Espero que sepan guardar un secreto, porque lo que voy a decirles les dejará asombrados…

El asombrado fue otro: doblando la esquina se topó con Clara Sandra. Pero como venía a la extrema derecha del grupo y volteando a la izquierda, no reparó en la mujer que salía a su derecha, concentrada.

¡Oiga, fíjese…! Respondió casi automáticamente

– ¿Y si mejor te fijas tú… amor?

– Pe… pe… pero… ¡Si eres tú! ¡Qué sorpresa, mi vida…!

– Sí, mi amor… Te llamé a casa en la mañana, pero me dijeron que ya te habías ido. Y quería alcanzarte en la escuela, pero supongo que se me hizo un poco tarde… ¿Y ellos, quiénes son?

– Manuel José, a sus órdenes, señorita… porque este patán de su novio ni nos va a presentar, ¿verdad patán? Dijo, al tiempo que se inclinaba a besarle la mano.

– Amor, Los Jotas; Los Jotas, mi novia Clara Sandra, de la que les venía hablando. Los veo luego…

– Espera espera espera… añadió Javier. Entiendo que no quieras que te compare con nosotros porque saldrías perdiendo, pero al menos déjanos presentarnos. Ya conociste a Manuel José, el que te dejó la mano embarrada de sus babas; yo soy Javier y él es Juan Andrés… Mucho gusto, Clara Sara…

– Es Sandra, no Sara. Y mucho gusto, Javier. También me da gusto conocerlos, chicos. Carlos J. me habla mucho de ustedes… Bueno, en realidad me dice que lo admiran mucho.

Carlos J. se puso rojo con la mención. Bueno, chicos, un gusto verlos; pero ya que mi dama vino a verme, creo que debo atenderla primero. Nos vemos mañana y no le cuenten a nadie…

– ¿Qué quieres que no le contemos? ¿Qué nos ibas a decir que la hace tan especial y que es un secreto…?

Carlos J. aumentó la intensidad de su rubor. Pasaba del rosa suave de la pena, al rojo intenso de la ira. Su mirada se percibía a punto de disparar un rayo láser.

– Adiós, amigos… dijo lo más firme y determinante que podía ser, sin llegar a ser descortés. O tal vez sí: pero estaba molesto por la pequeña indiscreción que habían soltado “como si nada”.

Mientras sus amigos le hacían por lo bajo un par de comentarios mordaces, Clara y Carlos J. empezaron a alejarse por la calle transversal.

– ¿Por qué estaban tan raros diciendo que esperaban una noticia especial… qué les ibas a decir?

– No, nada… no sé qué pasaba…

– Bueno, Amor… Te creo. Si dices que nada pasaba, nada pasaba y ya.

– Gracias por tu confianza. Sabes que nunca te voy a defraudar…

– Me gustaría creer eso.

– Tienes que creerlo.

Clara Sandra no estaba muy convencida, pero tampoco era un buen momento para discutir por eso. A final de cuentas, lo había buscado por otro motivo.

– Amor… Estoy preocupada. Anoche soñé que atropellaban a tu perro. Salía corriendo de tu casa y un auto grande le pegaba en el cráneo. Estoy preocupada.

– No te apures, Amor. Fue solo un sueño. Igual y significa algo, pero nada grave…

– ¿Ves como no me crees? Ese es el problema contigo. No me tienes confianza, y se te nota.

– Bueno, confianza sí te tengo. Es sólo que se trata de un sueño. No pasa nada.

– “No pasa nada… no pasa nada…” Tú y tu tendencia a ignorarme. En fin, yo vine a decírtelo para que tengas cuidado, pero si no me crees, allá tú.

Y, molesta, empezó a alejarse en sentido contrario. Carlos J. dudó si debía seguirla o dejar que se fuera y se le pasara el coraje. A final de cuentas, se le hacía tan extraño que hiciera lo que él creía era un berrinche por algo tan pequeño.

***

Carlos J. llegó a su casa y encontró a su mamá con un aspecto de pocos amigos.

Ma… ¿Qué te pasa, por qué estás así…?

– ¡Ay hijo, te tengo una muy mala noticia…!

– ¿No habrá milanesas para comer? Pero tú me dijiste…

– No, hijo… es algo peor. Fíjate que en la mañana estaba sacando la basura y Gruby salió corriendo de la casa… Muy extraño, porque ya vez que era demasiado tranquilo… Y… pues… no sé…

– ¿Qué no sabes, Mamá? Gruby, gruby, aquí perrito… Gruby, ven…

Carlos J. empezó a buscar a su mascota por la casa, pero extrañamente el animal no respondía.

Hijo… lo atropellaron. Es lo que quería decirte. Un carro grande, como el que tenía tu abuelo. No lo vio porque salió de repente, frente al camión de la basura. Fue horrible, le reventaron la cabeza. Tu padre se lo llevó a que lo cremen. No había nada que hacer… y se soltó llorando.

Carlos J. estaba estupefacto. No sabía que le perturbaba más, si la muerte de su mascota o la forma en que Clara Sandra le había anticipado que algo así pasaría… y él no le quiso creer.

***

No es posible… es decir, ella me lo dijo. Pero… ¿Cómo sabía que eso iba a pasar? No, no puede ser… No tiene relación. A menos que ella lo haya provocado. Sí, igual y se paró frente a la casa y llamó a Gruby desde la acera de enfrente… No, es absurdo. Mi perro no le hubiera hecho caso. Pero él no era así. Se sentaba y se quedaba por horas, e incluso pasearlo costaba trabajo. No entiendo qué lo impulsó a salir corriendo así. Y encima, en esta calle los carros van muy despacio. No entiendo cómo pudo alguien atropellarlo y matarlo así. Es un accidente muy raro… pero más raro que ella me lo haya dicho. ¿Para qué me lo dijo? ¿Se lo habrá comentado mamá…? No, ella no ha hablado con mamá. Es decir, pudo haberle marcado cuándo pasó… Pero no, Clara me dijo que lo había soñado y que me buscó desde temprano. No entiendo, todo esto es tan confuso…

Pero de un salto se paró de la casa, se puso la chamarra y salió corriendo. Tenía una duda que aclarar.

***

Lo más pronto que pudo llegó a casa de Clara Sandra. Tocó el timbre con cierta insistencia, y del ruidoso interfón logró medio escuchar que Clara no estaba en casa. No le sorprendía del todo, pero no estaba seguro dónde buscarla ahora. Si tan solo hubiera llamado antes de ir, se habría ahorrado la carrera.

Para colmo, no había llevado el libro. Así que tampoco podía intentar buscarla por telepatía. Pero su intuición le dijo que fuera al mismo parque dónde se conocieron. Y en efecto, la encontró en la banca en la que les gustaba sentarse frente a frente. Estaba con los ojos cerrados y pequeñas lágrimas escurrían lentamente por su mejilla.

Amor…

– ¿Qué quieres?

– ¿Qué te pasa…?

– ¿Qué parece que me pasa? ¡De verdad que cuando quieres, eres un verdadero idiota!

Carlos J. tensó los puños, molesto. Pero entendía que el reproche tenía algo de verosimilitud.

No estés triste… Era sólo un perro. Uno muy bueno y fiel, pero sólo un perro…

– ¿De verdad necesitas que te explique?

– No hay nada que explicar: salió corriendo de la casa, lo atropellaron. Fin de la historia…

– Eres un idiota.

– Tal vez eso sí necesito que me lo expliques… Soy yo el que debería estar molesto contigo: ¿quién te dijo que habían atropellado a Gruby?

– Eres un idiota. Y de un salto, se paró de la banca y empezó a correr.

Ven, ven… a mí no me dejas con la palabra en la boca…

– Observa cómo sí… – gritó al irse.

Carlos J., indignado, se quedó parado viendo cómo se alejaba. Cuando estaba a punto de perderse de vista, inició una pequeña carrera para alcanzarla.

Ven, amor… no te pongas así.

– ¿Así, cómo?

– Pues así, haciendo berrinche por nada… El que perdió a su perro soy yo.

– ¿Por nada? ¿Crees que esto es por nada? De verdad no entiendes…

– Pero claro que entiendo… Estás triste porque perdí a mi mascota y eso me pone mal, y tú te preocupas por mí y…

Clara Sandra le dio una sonora cachetada, que le ardió hasta el tuétano.

¡Eres un idiota!

Carlos J. estaba pasmado. Y sorprendido. No se imaginó que ella fuera capaz de hacer eso.

Tu perro.. Tu maldito perro. ¿Crees que me preocupa tu mascota…? No, Carlos, no es eso. Es que te dije que soñé que lo atropellaban. Y eso fue anoche. Tu perro está muerto. Mi sueño se cumplió. Te quería avisar para que tuvieran más cuidado con él. Y no pudieron hacer nada por evitarlo. ¡Nada! Y ya se te olvidó que, después de esa noche maravillosa en que nos hicimos novios, te dije que soñé que te morías. Y no te acuerdas. O peor aún, no me crees…. Tu perro me importa un comino. Me preocupas tú, amor… No quiero que te pase nada malo. Y no sé qué pueda hacer para evitarlo…

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