Capítulo 8

Clara Sandra está muy triste. La muerte de Gruby y el recuerdo del sueño de la muerte de su novio la han tenido abatida muchos días. También el hecho de que él no quiera creerle. No es fácil enfrentar esa falta de confianza. Pero, ¿qué puede hacer Carlos J.? ¿Decir que se cuidará? ¿Qué tendrá mejor dieta y hará más ejercicio? ¿Qué dejará de beber y la fiesta? ¿Cómo se evade un destino que parece estar decretado? Son preguntas complicadas. Porque según algunas tradiciones orientales, el hombre nace con karma y jodo. El karma son las consecuencias de las acciones, buenas o malas, en esta vida o en vidas anteriores. Nuestras acciones pueden abonar a favor o en contra de nuestro destino, logrando con ello mejorar nuestro futuro o empeorarlo. Si eventualmente el dharma o buenas acciones logran compensar el karma o balance pendiente, quedaremos libres de la reencarnación y podremos llegar al Nirvana. Pero el jodo es otra cosa: es el destino inmutable con el que nacemos, y no puede ser alterado. Es decir, si moriremos ocho días después de nacer, por eso que se conoce como “muerte de cuna” o a los ochenta años de cáncer de pulmón, eso no puede evitarse. Lo que si dependerá de nuestras acciones es si desarrollamos ese cáncer a lo largo de seis décadas de fumar cigarros o si se genera rápidamente por contacto con una fuente de radiación. Y los riesgos que asumimos en la vida pueden generar una larga agonía dolorosa o un final inmediato, pero siempre en consonancia con el jodo.

Ante la tristeza de su hija, los padres de Clara Sandra deciden que es un buen momento para salir de la ciudad ese fin de semana. Unas tres horas de viaje, algunas de ellas en una carretera secundaria y en tramos tan llena de baches que la superficie de la luna se ve más plana que este tramo bombardeado de zanjas y charcos. Eventualmente, llegaron a la plaza principal de un pueblo secundario. Hacia un lado se elevan pequeñas montañas cubiertas de bosques de pino; hacia el otro, se ven campos de labranza, principalmente de maíz, y se ve un pequeño río que no destaca por su limpieza. A lo lejos, un panteón municipal y más terrenos, estos con vacas y borregos. En el horizonte logran verse más montañas con pinos, pero ya con claros en dónde se nota que la tala ha hecho mella. En la plaza hay una iglesia añeja con una capilla relativamente pequeña, que se ve que es incapaz de albergar al pueblo entero en días de fiesta. Pero ahora se ve como un buen lugar para irse a meditar: no hay nadie, no pasa nada, y hasta el aire está impregnado de tranquilidad y silencio, que sólo se rompe ocasionalmente con un mugido o un graznido. A lo lejos, un ave grande, que no se distingue si es un águila o un buitre surca el cielo. Es un paisaje bucólico… y abandonado. No se observan personas, aunque el par de tiendas y misceláneas de la plaza estén abiertas. La escuela y la biblioteca, por el contrario, no. Es un buen lugar para ir a descansar.

Así que ya se acordaron de que tienen abuelo… Qué bueno que vinieron.

– Gracias por recibirnos…

– Esta es su casa, pero no quieren venir nunca…

Don Miguel era un señor entrado en años. De complexión delgada, era muy alto en comparación con la mayoría de los habitantes del pueblo. Alguna vez poderoso terrateniente, ahora tiene apenas una pequeña tienda, eso sí, muy bien ubicada frente a la Iglesia. En días de mercado las ventas deben ser buenas, pero el surtido es limitado y los productos de bajo precio: para cosas más grandes, las personas prefieren ir a la capital del estado; y apenas los peones y trabajadores manuales que gozan de crédito blando se animan a comprar aquí.

La familia de Clara Sandra suele frecuentarlo poco. Afirman que está loco, puesto que tiene actitudes muy poco políticas o corteses hacia ellos. No es precisamente porque sea descortés; en realidad, el problema es que dice lo que piensa, le guste o no a los demás -y sí, a veces tiende a ser imprudente con esas actitudes. Pero él cree que en razón de su edad, ya está más allá del juicio humano: al que no le guste, que no lo vea. Y ciertamente eso incluye, por mucho, a casi toda su familia sanguínea y a la no tanto…

Como siempre, la opinión de los papás de Clara le pesa mucho: de verdad comparte la opinión de que su abuelo está loco. A veces duda de ello, pero en general comparte la opinión. Y más cuándo sus papás, huyendo de la ocasión, la dejaron a solas con el abuelo.

(Escucha a partir de aquí del Disco Liminal, la Pista 7, “Cosas de Viejos”. http://bit.ly/Liminal_CD07 )

Mira que grande estás ya, hija…

– Sí, abuelo. No dejo de crecer.

– Pero lo haces muy rápido. A tu edad, tu mamá… no, espera. Tu papá… no, espera. Bueno, uno de ellos dos era mi hijo y era bastante más bajito que tú…

– ¿Uno de los dos, abuelo?

– Estoy seguro que es uno de los dos, porque si fueran los dos, sería algo muy grave… y tú no serías tan bonita.

– Gracias… creo, abuelo.

Clara Sandra notó que su abuelo le lanzaba una mirada inquisidora muy larga y profunda.

– Así que ya notaste lo que te pasa…

– ¿Qué, que estoy aburrida? Sí, un poco…

– No, hija… hay más de ti que lo que crees…

– ¿Cómo dijiste?

– Si… hay más de ti que lo que crees.

Clara Sandra se quedó más que extrañada con el acertijo de su abuelo. A ella no le hacía sentido, pero también le sonaba muy lógico. El abuelo se perdió nuevamente, mirando largamente a los ojos de su nieta.

Debe ser algo de esta tierra, hija. Algo aquí hace que pase eso… Tu abuela, que en gloria esté, podría explicarte porque también le pasaba. Y una hermana de ella, también tenía cosas raras. Hay quien dice que es por el agua del pozo, pero ese pozo lo abrí mucho tiempo después de casarme con tu abuela… Ya había nacido tu mamá. O tu papá. El que sea que es hijo mío. Porque si los dos fueran mis hijos y tuvieran un hijo, sería terrible…

– Sí, abuelo, sería terrible…

– No te extrañes, hijita: es que uno de tus padres es mi hijo, y el otro me trata bien… Pero a veces los dos me tratan bien o me tratan mal, y la verdad eso me confunde sobre cuál es cuál…

Clara Sandra empezó a tratar de hacer memoria: ¿Quién trataba mejor al abuelo? Pero concluyó que ambos lo tratan mal, por lo que ese criterio no debería bastar para distinguir cuál de los dos era su hijo. Pero como ambos se apellidaban igual, era muy difícil distinguir cuál era cuál con base en los nombres. Y como el apellido del abuelo no era Webb o Saunders, sino algo más común, era difícil determinar cuál era su descendiente.

Hija, no me veas tan extraño… mejor observa hacia dentro de ti. Debes poder encontrar los sentidos ocultos. Lo que pasa dentro de ti es todo un mundo, si sabes dónde buscar.

¿Qué dices, abuelo? No te entiendo…

– Que observes dentro de ti. Tú sabes que algo especial te está pasando…

– ¿A qué te refieres?

– No sé qué sea. Se ha manifestado de distintas formas en las mujeres de la familia de tu abuela, por generaciones. No sé qué te pase a ti, pero puedo notar que tienes el don. Busca los sentidos ocultos.

Clara Sandra no entendía del todo lo que su abuelo trataba de decirle; le parecía que sólo se justificaba el trato de locura que le dispensaba el resto de la familia.

Toda la familia fue llamada a la mesa; una mesa más bien humilde, pero con ese sabor que sólo los alimentos frescos, recién cultivados y las tortillas hechas a mano y cocidas a leña pueden lograr. Algunos sibaritas de ciudad alegan que pueden oler los “tonos amaderados y achocolatados” en un vino; aquí no había duda: el maíz sabía a maíz y a leña. Al igual que los frijoles, los chiles y hasta el limón, que se había cortado minutos antes de llegar a la mesa en la pequeña huerta familiar. Parece increíble que la casa de la plaza principal tenga una huerta tan grande y no pueda verse desde la calle; aunque es relativamente pequeña cuándo la comparas con los terrenos de las casas más a las afueras del centro.

Total, al acabar la comida los papás de Clara fueron a preparar las habitaciones para todos al fondo de la casa; el abuelo se quedó en la pequeña tienda de la entrada, hablando con su nieta otro rato.

Hija, no sé qué te pasa. Pero sé que te pasa. Y que eso te pone nerviosa, y crees que nadie te entiende y te angustia. Tómalo con calma, hijita. No temas. Es cosa de tiempo. Es como cuándo te convertiste en señorita…

– ¡Abuelo! No quiero hablar de eso contigo…

– No tienes que hablarlo. Sólo recuerda cómo fue ese cambio: no sabías bien a bien que pasaba; pero era incómodo hasta que te acostumbraste a esas cosas de mujeres. Y hoy ya hasta lo sientes venir antes de que ocurra; y ya no te angustia. Es lo mismo, aprenderás a manejarlo, no temas.

Los papás de Clara llegaron a avisar que las habitaciones estaban listas, pero que querían salir a caminar un poco antes de que cayera la tarde. Clara prefirió quedarse con el abuelo, lo que sus papás intentaron impedir. Afortunadamente para ellos, llegó un cliente a la pequeña miscelánea y, como tardaba en decidirse, los papás de Clara decidieron no esperar y adelantarse. Clara prometió alcanzarlos junto con el abuelo, pero todos sabían que no iba a hacerlo.

Hija, tu abuela nunca me dijo cómo lo hacía. Pero lo hacía. Ella podía ver cosas que estaban pasando en otro lado, al mismo tiempo que pasaban. Vio a los ladrones que entraron por las vacas, me avisó, junté gente y logramos evitar que nos robaran. En otra ocasión notó cómo tu tío Raúl se cayó al río siendo niño y pegó un grito. Pensaron que estaba loca porque no había motivo, pero decía “el niño se cayó al río, los primos lo empujaron”. Y sí, corrieron ella y otras señoras y encontraron que el primo mayor lo había sacado del río. Le alcanzaron a quitar lo ahogado y a taparlo, que con el frío que hacía pudo haber muerto.

– ¿Podía ver cosas a la distancia la abuela?

– Pues no sé si las veía, o alguien le decía, o cómo lo hacía… pero varias veces le pasaba eso y lo comentaba. No con todos, para que no se hiciera chisme. Pero de que le pasaba, le pasaba….

– Bueno, era intuición femenina, ¿no, abuelo?

– Pos no sé, hija… pero me acuerdo que una vez le dijo el Cura que eso no estaba bien, que debía dejar de hacerlo. Pero como ella no sabía hacerlo, sino que lo hacía y ya, pos no podía dejar de hacerlo tampoco. Simplemente, dejó de comentarlo y ya.

– ¿Y cómo te decía ella que lo hacía, abuelo?

– Pos… No me dijo nunca. Eran cosas como de mujeres. La única vez que aceptó hablar de ello me dijo “Es fácil, Miguel. Sólo es Re-cordare, volver a traer al corazón”. Me dejó igual, hija.

Clara Sandra recordó sus clases de etimologías grecolatinas: en efecto, recordar es “volver a poner en el corazón”. No entendía la frase de la abuela, pero le sonaba bien.

¿Sabes que es lo más triste de mi vida, hija? Pensar que soy un hombre olvidado. Ustedes casi no vienen, las personas casi no vienen a la tienda; las hermanas y las primas de tu abuela ya no vienen… Si no fuera por Doña Cata, la mujer que limpia la casa y a veces cocina, sólo estaríamos las perras y yo. Ya no me recuerdan. Nomás de cuando en cuando sueño a tu abuela, y es la que me dice cosas que van a pasar. Y me dice que no me preocupe, que todavía falta para que me vaya con ella. Pero, ¿pues que le hago? Acá no tengo teléfono, no bajo a la capital, no sé cómo buscarlos, y tus tíos…

Espera, Abuelo… ¿Me dijiste que la abuela se te aparece en sueños y te dice las cosas que van a pasar…? ¿¿Cómo es eso??

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