Capítulo 9

La charla que siguió con su abuelo sacudió profundamente a Clara. Y también a sus padres: cuando regresaron de la caminata y los escucharon charlar de la aparición de la abuela en sueños y otros fenómenos similares, decidieron que el viejito estaba orate y quería imbuirle “a la niña” historias sin sustento, por lo que ni siquiera pasaron la noche allí: tomaron sus cosas y, pese a lo peligroso de la carretera y la hora, emprendieron el regreso. Y si bien no llegaron a casa, si buscaron en la primera ciudad con hotel un lugar para quedarse.

Para Clara la situación le pareció muy injusta: injusta para con su abuelo, a quien pocas veces veían y lo habían abandonado de fea manera; injusta para con ella misma, porque por fin tenía una luz, si bien pequeña, de lo que estaba pasando. Y hasta injusta para sus padres, que en medio de la fatiga habían tenido que regresar a “algún lugar” lejos del abuelo, sólo por miedo. Y no entendía a qué le tenían miedo en primer lugar.

Clara no quedó en paz con esa situación, pero sabía que tampoco podía forzar mucho a que fuera algo diferente. Así que empezó a pensar qué podía hacer. Y se le ocurrió convencer a Carlos J. que le pidiera el carro a su papá “para dar un paseo”. Y si bien el señor dudaba si su hijo estaba listo para poder manejar, accedió a prestárselo. Por supuesto, no tenía idea de que iría a carretera. Y menos a una carretera tan peligrosa. Y, peor aún, una carretera que ni siquiera Clara Sandra podía ubicar bien. Pero tenía que ver nuevamente a su abuelo. La abrupta interrupción la dejó más inquieta que tranquila. Cuando, por fin había tenido un pequeño esbozo de lo que le estaba pasando, “algo” se interpone entre ella y el conocimiento que podría ayudarla… Y también le dolía la soledad del abuelo. No comprende por qué sus papás lo habían dejado así.

Para Carlos J. era toda una aventura, una especie de “viaje de iniciación”. Es cierto que con la venia de su papá había obtenido hacía poco tiempo su permiso de conducir; así como también es verdad que había observado por mucho tiempo a sus amigos que ya tenían carro cómo debía manejarse frente al volante. Pero era la primera vez que su papá le “soltaba el carro”, y no se atrevió a comentarle a Clara. Él dijo, muy orondo, que tenía amplia experiencia y que sería un gusto llevarla a ver a su abuelo para terminar la charla pendiente, aunque iba muerto de miedo de manejar en carretera. A la vez, se sentía un hombre responsable al atender las necesidades de su novia.

Tras manejar poco más de una hora en una de las grandes carreteras que salen de la capital, pasaron a carreteras secundarias, más angostas pero adecuadamente mantenidas. Sin embargo, la poca velocidad del carro y las muchas curvas sinuosas, tomadas a baja velocidad, terminaron de arrullar a Clara, quien se durmió profundamente… para molestia de Carlos J., quien quería aprovechar la hazaña de manejar un poco para convencer aún más a su novia de que era todo un hombre y podría ser adecuado para ella.

Aburrido de viajar solo pero acompañado, Carlos J. puso la radio. Esta región tenía mala cobertura, y sólo se escuchaba una estación con música entre tropical y ranchera, cuándo la estática dejaba escuchar algo. Sonaba el éxito del verano pasado, “Dame tu miel, abeja”. Y empezó a canturrear la canción, incluyendo el coro “zu-zu-zummm-o… Abeja, dame tu miel. Zu-zu-zummm-o, abeja dame tu querer”.

De cuando en cuando, con la tranquilidad que le transmitía ese camino tranquilo y solitario, volteaba a ver a su novia, quien seguía plácidamente dormida. Lamentó que ella estuviera así en ese momento; pensaba que podrían platicar más. Se perdió en sus pensamientos, incluyendo aquel que le decía que no era tan complicado manejar en carretera, después de todo.

Tras unos veinte minutos de sueño profundo, Clara se despertó sumamente alarmada. Volvía a empezar la canción de “Dame tu miel, abeja” en la radio.

– ¡Ten cuidado!, gritó, al tiempo que le tomaba el volante.

Carlos J. volteó a verla, sorprendido.

– ¡Pero qué te pasa, aquí no hay nadie!

Y tenía razón: estaban en una parte de la carretera en que pasaban un llano tranquilo y recto, apenas con un pequeño desnivel a la distancia. Frente a ellos, pero a casi un kilómetro, venía una camioneta de redilas.

Clara Sandra, sumamente agitada le dijo:

Carlos, es que ahorita que estaba dormida, soñé que chocábamos… Y sí, era en un lugar como este…

– Tranquila, mi vida… yo vengo al volante. Nada puede pasarnos. Y le quitó la mano del volante. No se sentía cómodo recibiendo órdenes de ella.

– No amor, no entiendes; es que mis sueños…

– Ya sé, ya sé… “se hacen realidad y más si son malos”. Si, te he escuchado.

– ¡¡No entiendes!! ¡Son las abejas…!¡Algo malo va a pasar!

Carlos volteó a verla alarmado, apartando los ojos del camino. Empezó a creer que quizás ella podía estar loca. Ella le devolvió la mirada con una de esas actitudes que te confirman, sin lugar a dudas, que la otra persona quiere ahorcarte… o algo peor.

En la radio sonaba nuevamente el coro de “zu-zu-zummm-o… Abeja, dame tu miel”, cuando por la ventana abierta entró un enjambre de abejas. Sorprende que tantas abejas fueran volando juntas, y más sorprendente es que una golpeara a Carlos J. exactamente en el ojo izquierdo, justo cuando volteaba la cabeza de regreso al camino… y no alcanzó a ver que un vehículo deportivo, que intentaba rebasar a la camioneta de redilas, venía directo hacia ellos.

Carlos J. tenía un ojo cerrado y la cara ligeramente de lado en el momento en que al fin vio venir al bólido en su contra. En lugar de frenar, intentó dar un volantazo a su derecha. Pero su poca pericia en carretera y la velocidad le hicieron patinar sobre la cuneta, haciendo un trompo.

El auto deportivo que venía hacia ellos intentó regresar a su carril, pero golpeó la camioneta de redilas en la salpicadera izquierda, haciendo que ésta se quedara transversal al camino, con un fuerte derrapón marcado en el pavimento. Sorprendía porque la velocidad de la camioneta era muy baja; pero la falta de pericia de Carlos J. debida a la inexperiencia y el que tuviera lastimado el ojo, no le dieron tiempo de esquivar más o de frenar antes.

Quien llevó la peor parte fue el auto deportivo, pues tras golpear la salpicadera de la camioneta al intentar esquivar simultáneamente a ese vehículo y al carro de Carlos J. que se le venía de frente, terminó girando sobre su techo sobre la carretera, hasta que se le acabó el impulso. Estaba, al detenerse, sobre su techo, a unos 70 metros de la camioneta y del auto de Carlos J.

¿Pero qué demonios acaba de pasar?

– Te lo dije, amor, te lo dije… pero no te importó.

– No, lo que pasa es que no te explicaste bien…

_ ¿Qué más podía decirte? ¡Ya estábamos en problemas!

– No entiendo… ¿de dónde salió un enjambre de abejas? ¡Y cómo me golpeó una exactamente en el ojo en el momento preciso!

Clara Sandra empezó a sollozar primero, y se soltó llorando momentos después.

Estoy harta de que me pase esto… ¡harta!¡No sabes qué difícil es vivir así!

– Vivir así… ¿Cómo? No te entiendo…

– En mi sueño vi que chocábamos una vez que te picaba la abeja…

Carlos J. se quedó sorprendido por algo: las abejas estaban en la canción, y súbitamente aparecieron en medio de una carretera, volando en enjambre, de forma que pudieron meterse por la ventana abierta, al grado de estrellarse directamente ¡en su ojo! Pero, a diferencia de lo que decía Clara Sandra, no habían chocado. Tal vez, sólo tal vez, al hacerlo voltear a verla con su grito desesperado, logró que las abejas no le dieran de lleno en ambos ojos. Tal vez, sólo tal vez, había logrado cambiar los hechos por el aviso de Clara.

Decidieron que no había nada que pudieran hacer de inmediato por el carro volcado y sus pasajeros, además de que las personas que venían en la camioneta, tanto dentro de la cabina como en la plataforma, se habían bajado para ayudar a voltearlo. Si estaban mal, los de la camioneta debían ayudarlos; si estaban bien, ya era tema de ellos y no de Carlos J. y Clara Sandra. Así que decidieron seguir su camino hasta la siguiente caseta de cobro, en dónde darían un informe del accidente, como si hubieran sido testigos únicamente. Para suerte de todos, ninguno de los dos vehículos del choque había anotado las placas de ellos, pero tampoco habían ocurrido lesiones graves. El carro deportivo quedó chatarrizado, pero para los pasajeros eso no era problema: ellos estaban bien y el seguro pagaría la reposición. Porque ningún seguro tiene como excepción “voladuras causadas por el ataque de abejas a los ojos del conductor novato de otro auto al tiempo que su vehículo intenta un rebase próximo a un obstáculo”.

En todo el camino hasta la caseta de cobro y la siguiente media hora tras dar el reporte, el viaje continuó en total silencio. Podría pensarse que era porque el susto los había pasmado. Pero no, la molestia de Clara Sandra era la causa.

Tú no me entiendes. Y nunca lo harás… Ese es el verdadero problema.

– No entiendo… ¿Qué, exactamente?

– Lo difícil que es vivir así.

– Así… ¿Cómo? Sigo sin comprender.

– Ponte atento, porque te lo voy a explicar una única vez, ¿estamos? Sucede que yo tengo un don o una maldición. Lo que sueño, particularmente si es malo para alguien que amo, se vuelve realidad. Como el día que atropellaron a Gruby. O como lo que acaba de pasar. Y me ha pasado desde el día que soñé que se me caería el helado de uva sobre mi vestido nuevo. ¡Y no sabes qué terrible es!

– Amor, no entiendo… ¿Por qué crees que es terrible eso? No veo el problema…

– ¡Es que no me escuchas, ese es el problema! ¿Te imaginas cuánta angustia tengo de saber que algo malo puede pasar, y tratar de evitarlo y no poder? ¡Es angustia y frustración lo que me causa!

– Mi vida, ¿y no será pura imaginación tuya?

– ¡Ves, ves…! ¡Nuevamente me descalificas nada más porque sí!¡Es terrible que no confíes en mí!

– Es que no es cosa de confianza… Simplemente, tal vez no eres la causa de las cosas malas. Tal vez, y digo tal vez, te recuerdas más de los sueños malos porque, cuando ocurre algo malo, crees que lo soñaste antes y…

– ¡Me quiero bajar, contigo no voy a ninguna parte… idiota!

– Pero estamos a mitad de la nada…

– ¡Que te orilles, te digo! Me voy a bajar ahora mismo…

– No te vas a bajar a ningún lado y te pido que te calmes…

Error terrible: pedirle que se calmara era una invitación a molestarse mucho, mucho, mucho más. Logró el efecto contrario.

Por supuesto que Carlos J. no pensaba bajarla, pero ella trató de abrir la puerta con todo y que el carro iba a más de 90 kilómetros por hora… así que el conductor decidió frenar de golpe.

– ¿Te quieres bajar? ¡Bájate, pues! Sólo espero que hayas soñado que te comían los lobos. O que te perdías en el bosque. O que se te aparecía el terrible violador de la montaña. Bájate ya.

Sandra le regaló otra de esas miradas que matan. Pero no se quedó solo en la mirada…

– Te recuerdo que soñé que te morías. Y hoy me haces desear que ese sueño se haga realidad.

Carlos se quedó helado con esa frase. Sí, se lo había dicho. Y sí, tampoco había pasado… aún.

***

El resto del viaje transitó en una tensa calma. No se hablaron por un par de horas. Pero no dejaron de pensar en lo que les había pasado.

– Perdón, amor… no quería decir eso.

– Ajá…

– Me gustaría que me entendieras.

– Sí…

Carlos J. no tenía muchos ánimos de charlar. Después de todo, no recibes una amenaza de muerte tan directa… o eso sentía en ese momento.

Llegaron por fin al pueblo del abuelo, no sin perderse casi cuarenta minutos en un pueblo cercano. ¡Son tan parecidos a veces! El abuelo estaba, como casi siempre, en el portal de la casa habilitado como miscelánea.

– ¡Hija! ¿Qué haces aquí?

– Abuelo, quiero que conozcas a alguien: mi novio Carlos J.

– ¿Tus papás saben que estás aquí?

– Encantado de conocerle, señor…

Don Miguel seguía ignorando al joven, sorprendido por ver a su nieta tan de repente allí.

“Debe ser algo de familia: están locos”. Pensó Carlos J.

– Supongo que si quieren saber dónde estoy, les bastará preguntar a mi difunta abuela y pedirle que me vea desde lejos.

El abuelo soltó una carcajada.

– Pos sí, hijita, pos sí…¿Y este chofer que traes?

– No es chofer, es mi novio.

– Bienvenido, joven… ¿Cómo me dijo que se llama?

– No le he dicho, pero me llamo Carlos J….

– Bienvenido, Carlos J. Le agradezco que haya traído a mi nieta a ver a este hombre olvidado…

– Creo que tenía algo que preguntarle, señor. Algo tan importante que hasta arriesgó nuestras vidas para lograrlo.

Clara lo miró con esos ojos nuevamente: el gesto que mezclaba entre molestia, ternura e impaciencia. Pero también con un dejo de amor: al final, cayó en cuenta que, pese a todo, creía en ella: había tomado un gran riesgo para llevarla hasta allá, incluso para ser su primera vez en carretera. ¡Y vaya que era complicado el camino al pueblo del abuelo! Un dejo de amor profundo pudo verse en la sonrisa de Clara.

***

Las siguientes dos horas pasaron en la paz del pequeño pueblo. Apenas un cliente interrumpió la charla del abuelo, pero fue bastante lento: pidió ver zapatos, hilos y ropa, para terminar comprando apenas un par de hilos para bordar y un poco de manta. Carlos empezaba a preocuparse del anochecer: lo mismo temía tener que manejar las carreteras sin luz de sol, que la furia de su padre al ver que el paseo con la novia fue algo más que la vuelta al parque. Además, no traía mucho dinero y debía ponerle gasolina y pagar las casetas… o irse por la libre, que era bastante más complicada. Era todo un lío.

Durante la plática, Clara Sandra pudo enterarse que las mujeres de la familia tenían historias sorprendentes: algunas, como su abuela, tuvieron visión remota; otras podían “adivinar” mediante sueños y algunas más podían salir de sus cuerpos y meterse en otros, fuera de personas enfermas o inconscientes o de animales. Era toda una experiencia chamánica, si se permite la expresión. Y si bien Don Miguel no sabía qué las causaba, hubo algo que resonó lo mismo en Clara que en Carlos J.

– No eran cosas que simplemente “les pasaban”, hija: eran cosas que aprendieron poco a poco a controlar. No era fácil esa transformación. Pero pos es cómo cuando te haces señorita: tienes que aprender poco a poco cómo lidiar con ello, ¿no? Y no es fácil tener a quien preguntarle, porque te da pena hablar de ello. Pero tarde o temprano aprenderás a controlarlo. No olvides que solo es re-cordare, volver a traer al corazón. Busca los sentidos ocultos. Y hazlo por hacer el bien, únicamente por eso.

En el kiosko de la plaza, una pequeña niebla empezó a levantarse. Poco a poco se volvió más densa. El ángel de la guarda de Carlos J. se alistó para una de las tareas más complicadas que le habían tocado: sacar con bien al novato conductor que haría sus pininos en una carretera bastante complicada. Y cumplió la tarea, aunque más de una vez tuvo que actuar, cómo cuando el novel conductor empezó a cabecear de cansancio… y fue necesario quitar la vaca de la carretera.

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